El portal de comercio electrónico Amazon ha conseguido erigirse como una de las empresas de mayor valor bursátil en el mundo gracias al fervor cuasirreligioso con el que busca satisfacer a sus millones de clientes. Un reciente artículo publicado por el New York Times revela el espíritu y el credo que imperan en dicha corporación, en donde la ideología de su creador y líder, Jeff Bezos, es poco menos que un evangelio al que los amazonians (tienen su propio gentilicio) deben ceñirse con fe ciega. En una carta dirigida a sus accionistas, Bezos sintetizó la filosofía laboral de la empresa: “Puedes trabajar mucho, arduamente, o de manera inteligente, pero en Amazon.com no nos conformaremos con dos de estas tres cualidades”.
La política laboral de Bezos pretende forjar una nueva idiosincrasia corporativa. En el mundo Amazon, los empleados son enfáticamente estimulados a enfrentarse entre sí. Existe un buzón anónimo para que todos puedan levantar reportes positivos o negativos sobre el rendimiento de sus compañeros, jefes o subordinados. El desempeño de los empleados es parametrizado en su totalidad y cada año existen largas sesiones en las que los empleados y las empleadas que reciben menores calificaciones pierden su trabajo. Las personas que logran introyectar dicha filosofía corporativa en su totalidad reciben el nombre de Amabots, término que significa que una persona ha conseguido hacerse una con el sistema. Esto quiere decir que ha logrado borrar la línea que divide su vida personal de la profesional por completo. Los testimonios incluidos en el artículo muestran que en Amazon esperan que puedas contestar un e-mail a la medianoche, que durante tus vacaciones estés permanentemente localizable o que seas capaz de hacer cosas como ir a un viaje de trabajo un día después de haber sufrido un aborto involuntario (como le sucedió a una amazonian), o que tengas que enfrentar calificaciones negativas por bajo rendimiento tras haber sido diagnosticada con cáncer de tiroides (otro caso real). Esto sucede sólo en las oficinas centrales, la realidad de los trabajadores en los almacenes y las bodegas de la empresa es mucho peor.
La sociedad de consumo tiene como pináculo la satisfacción de los consumidores. Detrás del feroz combate por ganar terreno en las preferencias de los individuos se esconden prácticas que prefiguran formas de neoesclavitud, que atentan contra las más elementales nociones comunitarias, que depreden el medio ambiente y explotan a millones de personas. En el centro del desastre social que se precipita sobre nosotros se encuentra el inconmensurable egoísmo de consumidores a los que no les importa lo que se esconde detrás de su prenda de moda a bajo costo, del electrodoméstico que recibieron en su hogar en menos de 24 horas o de su nuevo teléfono inteligente. Lo más grave del asunto es que dichas prácticas, como el caso Amazon bien demuestra, se han transformado no sólo en tácticas indeseables pero efectivas, sino que han logrado hacer de su motivación ulterior una filosofía orgullosa que detenta sus principios con ostentosa dignidad, seguros de estar prefigurando el inexpugnable derrotero de un nuevo mundo.