Es Día del Maestro.
Imagino que habrá marchas por la ciudad (no se necesita ser visionaria, así se materializan las tradiciones). Algunos (o muchos) estudiantes no tendrán clases (al maestro se le celebra fuera del aula). Se recitarán poemas, se cantarán canciones, un alumno le regalará una manzana a alguna profe (díganme que esta bonita costumbre no ha muerto). Habrá discursos, ciudades con tránsito desquiciado, recordatorios cíclicos de los problemas enquistados en nuestro sistema educativo. Y en ese vaivén de nuestras identidades, iremos meciendo el día.
Gracias a cada uno de ellos: por el tiempo, por escuchar, por hacerme sentir importante, por elevar la barra, por no abrazar complacencias.
Claro que tuve también profesores malos, malísimos, infames. Por algo la química, la física, la historia y la biología… nomás no entraron en mi sistema. Repelús a perpetuidad. A ellos no les agradezco nada (ni modo).
Y sí, he sido maestra. Ya por varias décadas. Y me imagino que habrá quienes me tienen entre sus profesores que les aportaron, mientras para otros estaré en el círculo más remoto del olvido. No pasa nada. Así es la docencia (y la vida): eterna seducción, construcción de conocimiento, humildad, sentido del humor, gozo y mucha paciencia.
Cada 15 de mayo me tomo unos momentos para agradecer a esos hombres y a esas mujeres que me han acompañado en el proceso de convertirme en lo que soy. Por eso, y a pesar de todo: ¡gracias!
La buena educación debería ser la regla, nunca la excepción.
********************
SÍGUEME EN @warkentin
(GABRIELA WARKENTIN / @warkentin)