No aflojaron el paso. Asumían que si se frenaban en Eje 6 y gritaban lo que estaban gritando, la respuesta podían ser toletes furiosos, empellones con escudos, andanadas de patadas con botas militares.
Mientras avanzaban hacia Insurgentes, a unos 30 jóvenes el temor no los calló: “¡Hay que estudiar / hay que estudiar / el que no estudia a policía va a llegar!”, fue la rítmica cólera que descargaron 7, 8 veces contra las y los granaderos vigilantes de la multitud que salía del Estadio Azul.
Como el cantito era sutil pero humillante, yo sí bajé mi paso: quería ver bien la cara de los policías que en esa noche de agosto eran vejados con la peor crueldad: llamándolos cloaca social. Rígidas, las caras de los policías confinaban su dolor. Como si vivieran una muda guerra interna contra el personaje que eran y que les confirió el destino, los trababa un gesto de perturbación, odio, hostil resignación: quienes los insultaban, la gente común, eran sus enemigos, y sobre todo lo era la vida.
Pero en ese instante me nació un demonio: al oír el cantito del atávico odio al policía, sonreí. Y volteé: Sofía, con quien caminaba sobre el eje vial, estaba seria. “¿No te da risa?”. “No”, respondió.
-¿Por?-, pregunté (en el fondo lo sabía: ha conocido policías durante meses por una investigación periodística).
-¿Cómo será que nadie te respete? –dijo-. La sociedad te aborrece, tu jefe te ofende, el sistema de justicia al que sirves se burla pagándote 5 mil al mes. El mal se crea.
-¿El virus del mal es de otros y a ellos, inocentes, sólo los enferma? No, el virus ya es suyo y lo cultivan siendo el brutal último eslabón–, refuté, y pensé en Ayotzinapa y tantas tragedias donde la policía engendró el mal.
-Son la vergonzosa cara visible, pero hay otra peor-, agregó y refirió a los jerarcas amparados tras escritorios cómodos: “Ahí tienes al primer responsable que se diluye, el que da órdenes al policía y lo castiga si no le cumple”.
-Cualquiera debería poder sentir orgullo de su trabajo. ¿Cómo hace un policía?
-A un policía la realidad le dice: “Si fueras delincuente tendrías más dinero y prestigio”.
-Si tan mal les va algún día deberían insubordinarse.
-Lo han hecho y en automático pierden el trabajo. Porque es la opción final de supervivencia para sus familias están obligados a ser policías y recibir ellos –no los que se sientan tras el escritorio- el mensaje de la gente: “Ustedes no están de nuestro lado”.
-Algún día estarán tras el escritorio.
-Para los policías comunes los ascensos prácticamente no existen. Imagina un eterno día a día sabiendo que nunca te ascenderán-, propuso Sofía.
Intenté imaginar la dimensión de ese “nunca”; no pude. Ya en casa, cerca de Eje 6, recordé el cantito: “El que no estudia a policía va a llegar”. Ahora intenté imaginar qué efectos tendrá en el alma de ellas y ellos sentir ése y todos los otros desprecios. Sentirlo siempre.