Curiosa, la enjundia con que ciertas personas reaccionan ante los reportes periodísticos de maltrato a los animales. Por un lado saltan quienes se oponen a toda forma de crueldad hacia las fieras. Por otro reaccionan quienes, por lo general con alguna burla de por medio, abogan para que nos quedemos como estamos, o sea, para que hagamos lo que nos pegue la gana. En medio, me temo, nos encontramos aquellos que ni nos animamos a ser vegetarianos ni estamos dispuestos a aplaudir el salvajismo.
El ejemplo más reciente de la polémica sucedió el pasado fin de semana en Guadalajara, mi ciudad. Un par de bestias (humanas) apalearon a una perra que le había dado un mordisco a una niña. Además de patearla, azuzaron a un pitbull para que la agrediera. En eso estaban, pero un vecino se interpuso y salvó a la víctima. Otros denunciaron a los atacantes. Como había un video que demostraba las responsabilidades, las autoridades los detuvieron en unas horas. Rauda, como suele en estos casos, estalló la controversia. No faltaron los que repletaron las redes para pedir castigos ejemplares a los que atacaron a la perrita: “A esos weyes (sic) que los refundan en el bote”, glosaba un lector en uno de los despachos que anunciaba el arresto. A la vez, tampoco faltaron aquellos que defendieron “el derecho de predominio” humano: “Si la perra mordió a una niña, que la maten. Hay mucho animal asesino”, escribió otro espontáneo.
Nuestra relación con los animales, como especie, es francamente oscura. Hemos exaltado a una minoría, en especial a mascotas simpáticas como perros y gatos, a unos niveles de vida inaccesibles para una parte importante de nuestros propios semejantes. A la vez, hemos condenado a sufrir vidas miserables, de parias amenazados, a casi todos los demás, tanto domésticos como salvajes. Para alimentarnos, sacrificamos una cantidad colosal cada día, de modo organizado, deliberado e impune. La matanza diaria de vacas, pollos, peces, cerdos, corderos, alcanza cifras asombrosas. Hablamos de millones de “cabezas” y ejemplares. Millones. Cada día. Entretanto, unos cuantos perros pasean vestidos con ropa de diseñador y algunos gatos indiferentes usan collares de diamante.
Me parece que la conciencia del daño que les hemos infligido a los animales va más allá de una moda. Mientras nadie encuentre a los extraterrestres, las fieras son nuestras únicas compañeras en el Universo. Y tenemos con ellas una actitud deplorable, cavernaria, a pesar de que hace milenios que dejaron de representar una amenaza para nosotros como especie (es obvio que el predador natural de un humano no es un tiburón, un león o un pobre perro, sino otro humano). Antes que reír de quienes recogen perros abandonados, abrazan toros moribundos o luchan contra los que cazan ballenas, deberíamos preguntarnos si, en pleno siglo XII, tenemos derecho a seguirlos masacrando.