Así grita una voz de mujer a la líder de las bailarinas de los table dance Tabú y Candy’s que es arrastrada, con buen ritmo, por Luis Alberto Villarreal, el líder de los diputados federales del PAN. A su alrededor otras once mujeres de no mal ver se encargan de divertir a los representantes populares del más conservador de los partidos mexicanos, quienes beben y también se benefician de una que otra caricia en una mansión de Puerto Vallarta.
El video que capturó a estos legisladores es el escándalo de la semana. No sobra morbo en el ojo humano cuando se trata de descubrir a otros en su intimidad, cuanto más si flotan polvos de sexualidad. Pero estos placeres y lisonjas no darían hebra para tanto espectáculo si no rondaran sobre la fiesta privada sospechas de que fue financiada con recursos ajenos.
De acuerdo con Reporte Índigo, medio que dio a conocer el documento, la renta de la Villa Balboa –mansión de siete habitaciones situada a unos cuántos kilómetros de Puerto Vallarta– cuesta alrededor de cuarenta mil pesos diarios. Si a lo anterior se suma la música cubana con la que movieron el bote los desfachatados Luis Alberto Villarreal, Alejandro Zapata Perogordo, Martín López o Jorge Villalobos, más la compañía pagada de las señoritas, más el alcohol con el que dieron rienda suelta a su libido, no es difícil suponer que aquella pachanga de enero 2014 costó bastante más que un salario mínimo.
En épocas de Adolfo López Mateos corría un mal chiste, atribuido a aquel presidente, quien supuestamente afirmó que El Problema Nacional, con mayúsculas, era que cada político mexicano tenía la mano metida en el bolsillo de otro mexicano: una forma de reírse del lamentable sinónimo que en nuestro país significan las palabras político y ladrón.
Mientras se divertían, estos panistas completaron el chiste. Ya sabemos qué hacen algunos con el dinero que rascan del bolsillo ajeno: con la mano libre abrazan a la teibolera.
Hay que reconocer el desvergonzado talento que tienen para redistribuir la riqueza pública a favor del oficio más antiguo del mundo. Desde los tiempos de Pancho Cachondo y su gusto explícito por las bailarinas del tubo (aquél sí era un gordo respetable) algunos hombres de corazón azul han probado que su picardía no conoce límites. Son hipócritas con la moral y también con los haberes comunes.
¡Ánimo, Montana, que el viagra lo pagamos todos los contribuyentes.
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