Recuerdo que, uno o dos días después de la marcha del 20 de noviembre por los normalistas desaparecidos de Ayotzinapa, recorrí Reforma para ver qué huella había dejado la manifestación. Debido a una fuerza cuya eficacia aún no me explico, todas las pintas que dejaron los manifestantes habían sido borradas. Es probable que el propio gobierno de la ciudad mandara poner pintura sobre las inscripciones de ese descontento, porque era del mismo color en toda la avenida. En todo caso, alguien tuvo la intención de borrar las pintas de la protesta.
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Obviamente Ayotzinapa se ha convertido en el símbolo de una contienda. Después de “la verdad histórica” dictada por el procurador Murillo Karam, el gobierno de Enrique Peña Nieto no ha vuelto a tocar el tema, apostando a que el tiempo haga su trabajo. Los padres de los desaparecidos, en cambio, insisten en la idea de que sus hijos no están muertos, y que el Estado debe regresarlos vivos.
El otro día, una brillante analista me decía que, en todo caso, lo que los acontecimientos del 26 de septiembre en Iguala exigían era una explicación que el gobierno, con su apuesta por la vaguedad, no estaba dando. Lo que estaría en contienda es justamente una toma de postura, una recapitulación de lo que ha salido mal.
Este fin de semana, los padres de familia y activistas colocaron un monumento en el cruce de Reforma y Bucareli. Ayer fui a verlo.
Lo primero que hay que reportar es que se ve cómo si hubiera estado allí desde hace tiempo. No se quién lo concibió, pero me parece muy efectivo. Recuerda, toda proporción guardada, a las obras de Robert Indiana, un artista estadounidense que usaba símbolos y palabras de la vida cotidiana pintados con colores vivos. La escultura con la palabra “Love”, en la esquina de Avenida de las Américas y la calle 55, está inspirada en uno de sus letreros. Es una de las esculturas más fotografiadas de Nueva York.
La de +43 cumple este cometido. Ayer observaba a decenas de personas que pasaban por allí y se tomaban una foto. Como objeto, participa también de una larga tradición de monumentos de esa esquina que por distintas razones han sido incómodos: las estatuas de los Indios Verdes, que estuvieron allí cerca, el Caballito (la estatua de Carlos IV), el horrible caballo amarillo de Sebastián, y el malogrado monumento de Manuel Felguérez, llamado 1808, que conmemora el año del inicio del movimiento independentista de México (me acabo de enterar).
De todas las esculturas modernas de esa esquina, creo que +43 es la más efectiva. Su permanencia dependerá de las autoridades locales y de la apropiación de la gente frente al símbolo.
(Guillermo Osorno)