Magia de la mala

“Ya le mandaron unas flores de Bach a Edirna para que sufra menos”. Eso me dijo una amiga que llevaba angustiada unos días porque su gata cojeaba, se quejaba y le huía al alimento. En el intento de aliviarla, la llevó con una señora que recetaba “medicinas alternativas” en el anexo de una mercería. “Este bichito ya cumplió su ciclo y se está desprendiendo del plano físico”, dictaminó la mujer. Y le recetó una agüita con aroma a col. Por fortuna, la hermana de mi amiga era más sensata: agarró al animal y lo llevó al veterinario. Una radiografía demostró que si Edirna estaba por desprenderse del plano físico no era porque su misión en la Tierra estuviera completa sino por culpa de una obstrucción intestinal. La operaron, se recuperó y ahí sigue, maullando. La que no sigue es la curandera, porque a los pocos meses le dio un síncope y ni la “medicina alternativa” ni la real pudieron revivirla. Se desprendió del plano físico. Ni modo.

No me maravilla que la gente crea en la magia (es decir, en sucesos que escapan a toda explicación racional) cuando le conviene. Me parece muy bien que los enamorados jueguen a que los presentó el destino, que un adolescente ensueñe con dragones y elfos o una señora mayor viva convencida de que sus rezos a San Antonio de Padua fueron fundamentales para que su hijo el de en medio lograra casarse. Lo que me asombra es que esas convicciones se extiendan a terrenos más arriesgados, como la salud.

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Conozco gente que no vacunó a sus hijos porque leyó en un portal de internet muy serio (en el que hablaban también de los reptilianos y su conjura extraterrestre) que las vacunas eran pésimas. A gente así le debemos los recientes brotes de viruela: son unos campeones. Otros no se empeñan en ocasionar epidemias pero sí se entregan a esa variante del masoquismo que consiste en intentar curarse de males perfectamente tratables mediante menjunjes o terapias sin base científica alguna o con una comprensión alarmante de lo que es la ciencia. Uno de mis mejores amigos padeció una insuficiencia renal que al final se lo llevó a la tumba, pero antes de aceptar tratarse con un especialista recurrió a imanes, alineación de chacras, agua del manantial milagroso de Lourdes y hongos alucinógenos. Para cuando pasó a las manos de un médico ya no era posible hacerle un trasplante.

Hace unos días, algunas amistades se preguntaban por los beneficios de la homeopatía. Alguien intervino en la charla para declarar que le escandalizaba “la campaña” que la ciencia ha emprendido contra ella. “No son tolerantes”, dijo. Menos mal que no lo son, respondí. Menos mal que alguien levanta la voz y dice que no es posible curar nada con traguitos de alcohol sin rastro de sustancia activa. Fue un error: mi contrincante quedó convencido de que soy reptiliano y me mandó a tomar flores de Bach.