Quienes escribimos con cierta frecuencia en los medios solemos correr, también con frecuencia, el riesgo de equivocarnos. De perder la perspectiva y tomar la parte por el todo. De confundir las opiniones y posturas que captamos en nuestros círculos de interés con los de la generalidad de la especie humana. Debo confesar que uno de los vicios que un servidor y muchos otros columnistas hemos adquirido durante los años últimos es el de ver el mundo a través de lo que sucede o deja de suceder en internet, y particularmente en esas plazas públicas cibernéticas que son las redes sociales. Como si el único modo de leer e interpretar a las sociedades contemporáneas fuera el escrutinio de Facebook, Twitter, Instagram o hasta el arcano Snapchat (que, según un cartón de hace pocos días del New Yorker, nadie mayor de 40 años está capacitado para entender).
Pero no. Hay un mundo fuera de las redes y es mucho mundo. Ya sea por la importancia del pequeño pero implacable círculo de quienes se resisten a utilizarlas (que incluye políticos, académicos, intelectuales, creadores y demás) o se mantienen indiferentes a sus cantos de sirena, ya sea porque existe un porcentaje sustancial de la población que sencillamente no tiene acceso a ellas, el caso es que pretender que las redes constituyen un campo de estudio suficiente es un asunto en el mejor de los casos fatalmente relativo. Y en el peor, un error total.
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Claro que las tendencias de las redes pueden ser tomadas como un síntoma de diversos comportamientos, inquietudes y predisposiciones y que, en ocasiones, el estudio detenido de nuestras respectivas comunidades virtuales puede funcionar como una suerte de método de focus group más o menos fiable. Pero, lo repito, me parece un error dar por sentado que pasarse la vida mirando los posts ajenos y reaccionando a ellos agota las posibilidades de estudio y análisis a golpe de teclado y clic.
Me temo que la prensa ha sobredimensionado el impacto de las redes pero también ha aprovechado las infinitas posibilidades de exagerar que dan y, así, se ahorra el trabajo de hacer reporteo a fondo. ¿Cuántas notas semanales se dedican a lo que publican los famosos, ya sean de la farándula o la política? ¿Cuántos gatos por liebres vendemos? Encuestas casuales de Twitter presentadas como estudios serios. Las ardientes opiniones del ignoto @pataspuercas1971 (es un decir) ofrecidas como declaraciones contextuales de relevancia. La suma, pues, de las inercias de lo que podemos encontrar y sondear con facilidad. “Tuiteros reaccionan a…”: una fórmula habitual, tramposa y omnipresente.
¿Y el resto del mundo? Bien, gracias. En el olvido de infinidad de medios y analistas, opacado y reducido a una condición fantasmal por el brillo de las pantallas. El primer paso es reconocer que ahí estamos. El segundo tiene que ser corregir rumbo.