Profesión: fan

Opinión
Por: Antonio Ortuño

Vivimos una época de ecos y repeticiones, de covers y clonaciones, de imitaciones que quieren ser justificadas como homenajes… Una época, en fin, de fusiles vulgares. Y la culpa de que esos fusiles ocupen un lugar tan visible en la producción cultural contemporánea (y no solamente en lo que se da en llamar pop sino en casi cualquier terreno al que uno se asome) no es solamente de la malvada industria del entretenimiento, dueña de medios colosales e incansables líneas que producción que nos inundan con todo tipo de objetos tontos pero consumibles, sino nuestra. Culpa de nuestro conformismo y la ternura pueril con que compramos las cosas diseñadas para los niños que fuimos.

Pruebas de esto que acabo de escribir, y que me ha despojado automáticamente de las simpatías de la mitad de mis amigos, sobran. No sé si la séptima parte de Star Wars habrá alcanzado ya los dos mil millones de dólares en taquilla a estas alturas pero lo creo muy posible. Abajito en la lista de exitazos del año viene el enésimo Capitán América, los interminables X Men, los imperecederos Batman y Superman… Y entre las candidatas para dar el taquillazo en los próximos meses destacan, claro, las continuaciones de todas las películas enlistadas y alguna otra, como La bella y la bestia, que repite con acción real una animación que ya había repetido anteriormente a la acción real (y que reproducía, desde la primera vez, un viejísimo cuento de hadas); o Los Cazafantasmas, que van por su tercera reencarnación si contamos la serie animada. O Rápido y furioso, cuyos guionistas oligofrénicos deberían haber sido sometidos a un régimen de medicamentos y baños fríos hace tiempo pero ahí siguen, incólumes. Ese es, sí, el mundo del cine hollywoodense, el aplastante imperio visual del que somos, ay, apenas una aldea lateral, reciclándose a sí mismo de manera perpetua. Recontándose las mismas historias, con los matices necesarios, apenas, para ajustarse al espíritu y la moral de la época, asunto en que es hábil como nadie (las viejas princesas Disney fueron las guardianas de la moral tradicional; las nuevas aspiran a ser lo mismo pero en una era de presunto progresismo y equidad: el caso es que siempre sermonean desde lo que está bien).

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Algo muy similar sucede con buena parte de la música popular. Y la literatura industrial no canta un son distinto: es básicamente un concurso de trilogías (cuando no tetralogías) inanes que se reflejan unas a otras. Ahora bien: este es un infierno singularmente cómodo. Es bonito (adjetivo ideal para retener la tontería del asunto) tener muñequitos, borradores, playeras, juegos de mesa (o video), tennis, fondos de pantalla o cubrecelulares con los logos y jetas de nuestros personajes preferidos. Es bonito tenerlos en los cines, el televisor y regados por las redes a todas horas. Soy tan yo cuando soy un fan del Hombre-Araña. Eres tan tú cuando eres un fan de Han Solo y su estirpe. Somos tan nosotros cuando compramos, imitamos y callamos.