No puedo más que declararme sorprendido por la cantidad de gente que ha opinado cualquier cantidad de barbaridades sobre Lionel Messi estos días. Y no hablo solamente de los corrillos de oficina o de los cafés, en donde muchos nos convertimos en pontífices irresponsables de todo aquello que se nos pase por la cabeza, sino de la letra impresa y el micrófono. Es decir, hay gente hipotéticamente preparada para opinar con conocimiento de causa que sencillamente pierde la cabeza (y los papeles) cuando se trata de hablar del futbolista argentino.
No entiendo cómo es que un tipo que ha conseguido una excelencia profesional con la que la mayor parte de los mortales apenas podemos soñar es sometido a tantos cuestionamientos, insultos, mordiscos y cuchilladas. No digo que todos debamos rendirle pleitesía a Messi, ni que su modo de jugar deba parecernos el mejor del mundo por obligación. Nada de eso. Todos los temas son opinables, sí, y cada quien puede pensar lo que prefiera o le convenga. Pero también hay pautas objetivas que indican qué tan acertada o errada es una opinión y que no pueden ser ignoradas así nada más. Y esas pautas, en este caso las estadísticas deportivas, nos dicen que Messi es un goleador y pasador incontestable y ha ganado más trofeos que buena parte de los equipos del mundo juntos. Difícilmente encontraremos a un jugador más efectivo y triunfador en la historia entera de los clubes.
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Claro: muchos de quienes se van sobre Messi y le dicen de todo (desde “bulto” a “cobarde”, pasando por “fracasado”, “perdedor” y hasta “fantasma en el momento importante”) aceptan esto entre dientes pero luego sacan a relucir el hecho de que en la selección de su país, el argentino no rinde igual que en su club, el Barcelona. Cinco finales de torneos importantes (un mundial y cuatro copas América) ha perdido la albiceleste con Messi en la cancha. A eso se aferran. Olvidan, por supuesto, mencionar el hecho de que llegar a esas finales importa ya un mérito enorme, al alcance de muy pocos.
Varias de esas finales, por si fuera poco, se definieron en tiempos suplementarios o acabaron en lanzamientos de penal para desempatar. Es decir, que el equipo argentino no fue barrido de la cancha sino que se mantuvo en la pelea y fue superado porque una final no puede terminar en empate. Es decir que Messi no solamente rinde con el Barcelona, sino es pieza clave en un conjunto que es favorito natural en cada torneo que disputa. ¿Es eso ser “perdedor”? Pues solamente juzgado desde el Olimpo.
¿Por qué le exigimos a Messi la perfección absoluta, esa que nunca nos exigimos nosotros mismos en nada? ¿Por qué nos encanta comernos vivos a un tipo sencillamente porque es bueno en lo que hace? Francamente, si Messi no sirve, el resto de los mortales de plano no tenemos esperanza…