Tengo la impresión de que va en retirada, pero muchos que fuimos niños hace treinta años tuvimos que aceptar la costumbre más o menos traumática de ser llevados al catecismo. Soy ateo desde esas épocas y no pretendo entrar en polémicas teológicas en este espacio. Baste decir que nada de lo que intentaron inculcarme las monjitas (con muy malos modos y amenazas que iban de los reglazos al fuego eterno) me ha sido de utilidad en la vida.
Una de las cosas que me obligaron a memorizar y de las que no he podido desprenderme, sin embargo, es el procedimiento para hacer una “buena” confesión de pecados. Consta de cinco puntos, según recuerdo: 1) Examen de conciencia. 2) Dolor de los pecados. 3) Propósito de enmienda. 4) Confesión. 5) Cumplimiento de la penitencia. Ya que los católicos se han especializado en el estudio (y explotación) de la culpa, quizá hemos de dar crédito a sus análisis.
Esto viene a cuento porque el presidente Peña acaba de pedirnos perdón, a los mexicanos, por el affaire de la Casa Blanca. Muchos analistas, y algunos incluso de buena fe, han alabado la disposición de Peña para disculparse. Sin embargo, otros han llegado a la conclusión de que algo (o mucho) falta en ese aparente gesto de humildad.
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Y al aplicarle el procedimiento del catecismo a Peña salta a la vista ese “algo” faltante. Demos por sentado, que el presidente (o sus asesores) hicieron un “examen de conciencia” y que de ahí se desprendió un “dolor del pecado” que impulsó la petición de disculpa. Pero aquí viene lo bueno. ¿Y el propósito de enmienda? El presidente se limitó a recalcar que lo de la casota de su esposa “era legal”, tal como concluyó la “indagación” del secretario de la Función Pública, el incombustible Virgilio Andrade. Su disculpa, pues, fue solamente por herir nuestra sensibilidad. No acepta haber cometido ningún error de fondo, sólo de forma.
Y ahí está atorada su confesión: no muestra el menor propósito de enmienda. Porque las nuevas leyes “anticorrupción”, que anunció en el mismo acto en que emitió su acongojado perdón, nacieron con el pecado original del carpetazo legislativo (y la posterior deformación) de la ley “3 de 3”. Es decir, que muy poco va a cambiar.
De poco sirve que Peña haya saltado al paso cuatro, es decir, la confesión de los pecados, si el propósito de enmienda no existe y si él, su gabinete y los Moreira, Duarte, González Márquez y demás siguen, como hasta ahora, en su jacuzzi de impunidad.
Ya hasta el vocero del arzobispado de San Luis Potosí le mandó decir al presidente algo similar a lo que se ha comentado acá. Y, francamente, si un organismo tan cuestionable como la Iglesia se da cuenta de que algo está chueco, es que está muy pero muy chueco…