El gran líder de las Panteras

Imaginemos que existe una asociación llamada Club de Panteras. Los socios están orgullosos de sus ideas compartidas sobre la vida. Creen en el mundo ultraterreno y en una vida más allá de la física. Creen que hay un Dios que creó el Universo, la Tierra y todo lo que en ella vive. Se rigen (al menos eso dicen) por una serie de normas que prohíben matar, robar, abusar (dejemos de lado que muchísimos de ellos se salten estos puntos). Pese a sus obvios deslices, las Panteras son celosas al respeto a ciertos temas que llaman “morales”. Por ejemplo, niegan la pertenencia al club a personas (incluidos antiguos socios) que no compartan sus ideas. Es decir, que se hayan divorciado, que sean homosexuales o que hayan abortado, por ejemplo. Aunque cualquier forma de discriminación es y debería ser ilegal en el país, digamos que a las Panteras se les reconociera la posibilidad de hacer distinciones en lo que tiene que ver con los eventos, ceremonias y alcances de su club. ¿Que a uno no le gustan esas ideas? Pues se va, deja a las Panteras en paz y se acabó.

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Ahora bien, imaginemos que a las Panteras no les basta el espacio de su club. Quieren que el resto de la población del país (y el planeta) comparta sus ideas y acate sus códigos. Pelean, pues, para que se acote, limite y discrimine a aquellos que no comparten sus postulados en temas como salud y derechos ciudadanos. A la vez, las Panteras reclaman prebendas. Quieren que el gobierno les dé dinero para asuntos tales como traer de visita al líder mundial del club. Dado que hay una enorme cantidad de socios, les parece que el interés de traer a su jerarca es universal. Como hay una cantidad apreciable de Panteras en el gobierno, las clases empresariales y el medio del espectáculo y como la popularidad del líder es considerable, el asunto se concreta. Y, por tanto, impuestos pagados por el resto de la población (los que no son Panteras sino Ocelotes o Linces, los que no pertenecen a ningún club, etcétera) se destinan a los gastos que ocasiona la gira del líder máximo de las Panteras.

Si uno se queja, los afiliados a las Panteras lo despachan: “Si no crees, respeta”. Caray, qué bonito. Solamente que la ley del país no lo obliga a uno a ser Pantera. Y uno, como ciudadano, pertenece a un país que debe funcionar para todos, no sólo para los socios de un club. Muchos no queremos que las Panteras decidan lo que hacemos en la cama, ni queremos que eduquen a nuestros hijos en ideas que no tienen ninguna clase de respaldo científico, ni queremos que se gasten millonadas para que los socios puedan aplaudirle a su jerarca. Desde luego: nada de esto es imaginario. Y yo me pregunto ¿quiénes son los que no respetan?