Un amigo se quejaba, hace días, de la profusión de cursos, talleres y diplomados que percibe en su ciudad. Algunos de estos estudios (que mi amigo, que es académico de cepa, deplora por superficiales, pragmáticos y facilotes) tienen que ver con las artes (letras, cine, fotografía…) y algunos más con asuntos variopintos, que van de las filosofías orientales al “krav maga” y el método pilates y que alcanzan extremos como el uso de máquinas de coser, el de telescopios, el dibujo manga y la decoración de esos pasteles que antes llamábamos “magdalenas” y ahora se promocionan como “cupcakes”.
Como en cualquier enumeración de elementos relacionados pero disparejos, ha de suponerse que habrá de todo y unos de estos programas serán muy útiles, otros lo serán de un modo limitado y algunos más, simples tomaduras de pelo. Ese no es el punto, sino el porqué tantas personas, seguramente miles, recurren a ellos en vez de dedicarse de lleno a unos estudios universitarios. Como, al contrario de lo que pasa con mi amigo, no tengo un pelo de académico, me permito algunas reflexiones sobre el motivo de esta eclosión.
Lo primero es un hecho evidente: por motivos económicos (miseria, necesidad de trabajar) o porque de plano no pasaron el examen o hubo cien mil que lo respondieron mejor, son muchos los que no van a la universidad. Otros pasan por ella, por citar a mi tía, “como maletas”, es decir, sin darse cuenta de qué sucedió. Y unos más, falta aclarar, entran pero después de un tiempo se ven decepcionados por lo que se topan. Me parece que el grueso de quienes toman cursos y talleres se encuentra en este grupo.
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¿Qué una universidad es un centro sagrado del conocimiento y ofrece mayores posibilidades de aprendizaje serio, articulado y científico que cualquier otra opción inventada por el hombre? Pues esa es la teoría. En la práctica, tenemos unas facultades donde hay de todo: desde profesores eminentes e inolvidables hasta chambones, desde programas actualizados y estimulantes hasta vejestorios que no les interesan ni a las secretarias más conservadoras del área de control escolar.
Es verdad que el conocimiento no debe estar al servicio forzoso de la “productividad” y que sería un retroceso que solamente se enseñaran cosas “que dejen dinero”. Pero para quienes desertan de la universidad y se refugian en talleres y cursos tampoco ese es el problema. El problema es que la universidad, tal como está constituida hoy en día en nuestro país, no se enfoca en los intereses de muchos. Sobran los programas universitarios que solamente sirven para formar a los futuros profesores de esos mismos programas y no guardan relación alguna con el mundo laboral, con el de la investigación de punta ni con las pasiones de los estudiantes…
¿Qué crea eso? Un espacio. ¿Con qué se llena? Con la profusión de talleres que tanto irrita a mi querido amigo.