A contrapelo de los pronósticos, Donald Trump ganó la presidencia de Estados Unidos y ahora parece avecinarse el peor escenario posible para México: “vencidas” y agresiones comerciales, presión y deportaciones de migrantes, impuestos a las remesas, retórica envenenada y, cómo no, la posibilidad de que el multimillonario devenido en político trate de llevar a cabo la promesa de hacernos pagar por un muro para mantenernos fuera de su país (estupidez que, no lo olvidemos, fue bandera principal de su campaña y consiguió ser refrendada por algo así como sesenta millones de estadounidenses en las urnas).
Para el ciudadano mexicano común, no hay mucho que hacer durante los próximos meses al respecto de esta calamidad, como no sea seguir atentamente las señales que, desde sus primeras declaraciones como mandatario electo, comenzará a lanzar Trump, y mantenerse informado de cada paso que dé. Habrá, me temo, que ser conservadores en asuntos financieros (al menos, aquellos que no se pasen el día entero dedicados a la mexicana tarea de sobrevivir como se pueda…), porque no podemos descartar que el ataque de tiburón que sufrió el peso la noche de la elección (era tristísimo verlo devaluarse en tiempo real, mientras Trump cosechaba victorias estatales) se repita y multiplique. El TLC es uno de los blancos de la ira de Trump y sus votantes, y podrá ser todo lo atroz que queramos (hundió al campo mexicano, sin ir más lejos) pero el país nunca se ha preparado para salir de él y, de momento, no tiene alternativas que compensen las pérdidas en empleos e ingresos que sufriría su congelamiento. Quizá sería prudente que empresarios y autoridades comenzaran a pensarlas y aplicarlas a la de ya, pero eso no depende del ciudadano común.
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El siguiente momento importante en la ruta será el proceso electoral mexicano. En términos de realpolitik, en cualquier elección presidencial de este país importa la postura del gobierno estadounidense. Y en este caso, el hecho de tener a Trump como vecino marcará, sin duda, la agenda de los candidatos mexicanos. ¿Quién será el más apropiado para lidiar con semejante sujeto? Con ese argumento, intentarán vendernos todo tipo de cuentos (en una de esas y hasta resucitan a Luis Videgaray, responsable por la humillante invitación a Trump a Los Pinos, como “visionario” y “capaz de tratar con él”). Pero no. No necesitamos alguien que le simpatice al atrabiliario yanqui, sino alguien capaz de encontrar un camino para paliar la dependencia suicida que tenemos con respecto a Estados Unidos.
Porque no, por más que la geografía, la cultura y la historia nos unan (de un modo, la verdad, bastante desventajoso, pero a veces llevadero), un Estado no puede darse el lujo de depender por completo de otro con tal desproporción de poder. No se trata de aislarnos, sino de entender que no somos una especie de siamés débil, cosido incómodamente en la espalda de EU.
México necesita encontrar alternativas, porque el muro que nos pondrán, real o figurado, parece infranqueable.