Entre la noche del triunfo electoral de Donald Trump y la mañana siguiente, aparecieron en mi teléfono y mis buzones sociales cantidades desmesuradas de memes relacionados con el asunto. Hablo de decenas y decenas de montajes remitidos por todo tipo de contactos: parientes, amigos y conocidos, quienes los habían tomado, a su vez, de sus propias redes. Algunos eran obvios y hasta malones. Otros chistositos. Algunos, de plano, muy brillantes, tanto por lo graciosos como por su profundidad de miras.
Me parece curioso que muchas personas, en las propias redes, se quejen de la presunta “superficialidad” del meme, esa expresión nacida en las redes y para las redes y que, a estas alturas, es casi sello de identidad. Tantos acabaron aquella noche fatídica vencidos por el llanto (y convencidos de la importancia solemne de comportarse como estatuas) que perdieron de vista el hecho de que los editoriales más incisivos y veloces sobre la elección de Trump los pusieron en la mesa los hacedores de memes (mientras los analistas políticos seguían con la boca abierta o, a lo mucho, sobándose las heridas que les dejó el fallo absoluto de sus predicciones, un ridículo del que tardarán en levantarse…).
Un meme cumple las funciones de un cartón político. Es su hijo natural. La diferencia, claro, está en que un cartonista tiene un nombre, una técnica, una trayectoria y suele estar asociado a un proyecto editorial concreto (hay cartonistas progres, derechosos, nihilistas, etcétera). Es un periodista tan importante como cualquiera de sus colegas y, en algunos casos, incluso un artista. Mientras que los memes son productos por lo general anónimos, de circulación libre, realizados con mínimos requerimientos técnicos (una foto intervenida de cualquier modo) y terminan siendo representaciones de posturas e ideas que parecen surgidas de una suerte de conciencia colectiva, de esa “vox populi” del dicho.
LEE LA COLUMNA ANTERIOR DE ANTONIO ORTUÑO: LA PESADILLA
Un buen meme político, como un buen cartón, ilumina y desacraliza, mediante el humor, lo que toca. El hecho de que la red permita que los memes se difundan en tiempo real y entre millones de personas los dota, sin embargo, de un poder que muy pocos cartonistas tienen. De hecho, no resulta extraño que muchos cartones, hoy día, sean compartidos como si fueran memes cuando son tan atinados que alguien los saca del espacio restringido de su medio y los arroja a las aguas abiertas de la red.
En un momento en que los medios tradicionales parecen perder importancia (y la elección de Trump, pese a que no recibió el apoyo de ningún medio en su país, lo demuestra) parece oportuno revisar las posibilidades que se abren por el hecho de que cada persona puede aventurar un editorial visual y compartirlo, potencialmente, con millones.
Los memes no cambiaron la jugada solos, pero son jugadores en el partido entre los medios del pasado y los que vendrán.