Quizá lo recuerde el lector (o no) pero hace unas semanas incurrí en las iras de algunas personas por decir que el pan de muerto me sabía horroroso. Superado el incidente (una cosa así no puede reflexionarse durante mucho tiempo, para ser sinceros), me encuentro ahora en una estacada similar, en cierta medida. La del Thanksgiving Day, por el que nuestras redes casi colapsan la semana pasada de tantos pleitos como hubo. Si los festejos de día de muertos me parecen cada vez más impostados y forzosos (es una tradición a la que se le han ido pegando rémoras extrañísimas), qué decir de las buenas personas de este país que el último jueves de noviembre se compraron un pavo y reunieron a la familia para devorarlo, al más puro estilo gringo.
¿Thanksgiving Day en México? Hace años no lo hubiéramos supuesto. Los que ahora somos cuarentones crecimos en un país en el que aún rifaba el nacionalismo revolucionario. Mis maestras veían mal que se cocinaran guajolotes para Navidad (recomendaban en su lugar la pierna, el bacalao o los romeritos) y no quiero saber qué hubieran pensado de que anduviéramos festejando el día que eligieron los peregrinos que colonizaron el noreste de Estados Unidos, para darle gracias a su Dios por haber recogido la primera cosecha en las tierras que arrebataron a los indígenas a sangre y fuego.
El famoso “Día de acción de gracias” es una novedad en estos lares, pero en los Estates es una fiesta nacional del tamaño de su 4 de Julio y ha sido la responsable de que la mitad de las películas independientes que nos pasan en los canales de cable se traten de muchachitos que tienen que sufrir a sus padres y tíos en una cena de Thanksgiving (o de las cosas graciosas, tristes o dramáticas que les pasan camino a una de ellas).
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Ahora bien, reconociendo de entrada la ridiculez esencial de adoptar como propia una fiesta con la que no se tiene el menor lazo cultural, histórico o religioso (la mayoría de los mexicanos son católicos y los pilgrims eran protestantes radicales), el siguiente punto me parece clave. ¿Y qué? Si alguien quiere festejar San Patricio o la Independencia de Croacia, pues muy su gusto. Si quiere comer guajolote y hasta llamarlo “turkey”, como en aquella película de Pardavé y Luis Aguilar, pues allá él. Nadie se ha muerto por hacer un banquete, salvo que se coma el pavo entero, como el gordo del sketch de Monthy Pyton.
¿Qué se supone que deberíamos festejar? ¿La fiesta de la Virgen (alguna de las dedicadas a las cientos de ellas)? ¿San Isidro Labrador? ¿Las Guerras Floridas de los Mexicas? En este país destrozado por la violencia y la crisis económica perpetua, comerse un guajolote en compañía de algunas tías me parece, de veras, muy poco pecado.