Tomo un café con un amigo de Monterrey. Me dice que el Bronco, el gobernador de su estado, se piensa lanzar como candidato independiente a la Presidencia en 2018. “¿Y quiere ser Presidente porque es muy buen gobernador o qué?”, le pregunto, aunque conozco la respuesta de antemano. “No, claro que no. Pero los empresarios de la ciudad prefieren pagarle una campaña para que se lance, se vaya y pierda y que otro gobierne Nuevo León”, me dice. Todo un plan.
Levante usted una piedra y saltará el rumor de que Fulano o Mengano se quiere aventar como candidato independiente. El defensor de derechos humanos Emilio Álvarez Icaza. El excanciller Jorge Castañeda. El exrector de la UNAM Juan Ramón de la Fuente. El alcalde de Guadalajara Enrique Alfaro. El locutor Pedro Ferriz de Con. Hasta el rockero Sergio Arau, aunque él nomás para promover su sencillo “Quiero ser presidente”. Por otro lado, el Congreso Nacional Indígena ya ha anunciado que presentará la candidatura de una mujer perteneciente a un pueblo originario, moción que respalda el EZLN (y que, como mencioné en una columna anterior, es la opción por la que un servidor tiene planeado sufragar).
LEE LA COLUMNA ANTERIOR DE ANTONIO ORTUÑO: DISCORDIA NACIONAL
¿Por qué esta abundancia? Porque somos multitud los que no tenemos confianza alguna en los partidos, ya que hace lustros que se convirtieron en cascarones sin mayor postura que la de servir como franquicia a políticos que saltan de sigla en sigla para ganar, retener o recuperar posiciones de poder (y el control del erario, desde luego). Porque otros partidos que en realidad no aspiran a nada se conforman con servir como negocio para sus directivos, chiqueados y sostenidos por una ley electoral que regala millonadas a cualquiera que cumpla unos requisitos mínimos para registrarse. Esos minipartidos no nos han dado nada (su presencia en los legislativos federal y locales es, en general, anecdótica) pero la ley les facilita aliarse como rémoras a partidos mayores y ellos se eternizan en el presupuesto, aunque sus votaciones sean ridículas.
Entonces, tal como crece el hartazgo ante el cinismo de los partidos aumenta la posibilidad de que un independiente consiga apoyo entre la población (y, en una de esas, al menos en la teoría, el triunfo electoral). Ahora bien, una cosa es ser formalmente independiente de los partidos y otra muy distinta es serlo de las fuerzas políticas y económicas que los animan y se aprovechan de ellos. ¿De qué sirve que alguien no tenga detrás un partido si los mismos gerifaltes multimillonarios que los manipulan les dan las órdenes y si sus “cuadros” de gobierno son los recomendados y cuatachos que hinchan la nómina oficial sexenio tras sexenio? ¿Cuántos de los “independientes” están realmente al margen de esos grupos de poder y conservan una verdadera autonomía de opinión y acción? ¿Y cuántos de ellos cuentan con una base social? Hagan cuentas. Por eso, reitero, la candidatura del CNI me parece la mejor opción.