“Aquí nos tocó morir”, por @monocordio

Si pudiera elegir, cambiaría todo el maldito petróleo de México por un poeta como José Emilio Pacheco. ¡Los poetas son el verdadero recurso natural no renovable de este país! Y yo, como todos, lloro a José Emilio porque también hay días que practico la “alta traición” y no amo a mi patria, pero “daría la vida por diez lugares suyos, cierta gente, puertos, bosques, desiertos, fortalezas, una ciudad deshecha, gris, monstruosa, varias figuras de su historia, montañas –y tres o cuatro ríos”.

¡Y dos que tres poetas!, habría que agregar. Aunque “en la poesía no hay final feliz”, como hemos comprobado tristemente una vez más.

Cuando muere un poeta como José Emilio Pacheco sus lectores, que habitualmente no vamos al velorio, solemos hacer guardia alrededor de sus libros. Pero los libros no mueren, parecen inertes pero apenas son abiertos salen de ellos miles de palabras-vampiro que vuelan hacia el lector para chupar de sus recuerdos, como escribió alguna vez Michel Tounier.

Y entonces conversa uno sobre la muerte con el poeta que acaba de morir, y el poeta abre sus palabras al vuelo y nos dice con la ternura de un fantasma:

“No desconfiemos de los muertos

que prosiguen viviendo en nuestra sangre.

No somos ni mejores ni distintos:

Tan sólo nombres y escenarios cambian”.

La desconfianza es patrimonio de los vivos: la desconfianza de vivir entre nosotros –los lobos del hombre—y ante la certeza de la muerte; más en México, más ahora. Pero y entonces, ¿la vida, qué? El poeta habla otra vez desde sus páginas:

“La vida no es de nadie,

la recibimos en préstamo.

Lo único de verdad nuestro es la ausencia”.

El poeta se fue y su ausencia ahora tan suya es para sus lectores no menos que otra alta traición. Inevitable alta traición de todos los seres que amamos y nos dejan. José Emilio nos deja en un México que para algunos está siendo desvalijado impunemente y para otros está simple y descaradamente en la alfombra roja de la modernidad. El poeta se ríe de nuestros tiempos de cambio:

“Bajo un sol que aparenta comenzar otra edad

obreros, campesinos, pueblo, pueblo

van ocupando a México. Parece

que es la revolución… No:

son acarreados

que trajo el PRI a aclamar al presidente”.

Al final lo que uno descubre es que el poeta aún no lo ha dicho todo, que sigue reescribiendo su poesía en cada lector. Y el lector no puede ante su ausencia hacer otra cosa más que devolverle sus propias palabras, las mismas que escribió cuando perdió a otro querido poeta, al entrañable Efraín Huerta:

“Así pues, terminó el danzón.

Vámonos con la música a otra parte.

Tú no estás muerto.

En esta inmensa zona de desastre que es México

Nosotros somos los cadáveres.”

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(FERNANDO RIVERA CALDERÓN)