Autor de una saga de libros de crónica sobre conflictos del México del siglo XXI; el más reciente, Contra Estados Unidos (Almadía). Cofundador de Bengala, agencia dedicada a creación, desarrollo y producción de historias para cine y televisión. Dirige www.elbarrioantiguo.com
Una favela es una zona viva. Callejones árabes. Cables, nidos. Carretillas con materiales de construcción: cemento, bloc, alambre… Motocicletas por rincones muy angostos. Escalones y escalones. Niños saliendo de la escuela. Un trago en el Bar Cristal, propiedad de Antonio y Joana, quienes llevan 33 años de casados. Samba. De repente un vendedor llega al bar con camisetas Nike originales. Un hombre que trabaja junto a la estación de la policía lleva una medalla de San Jorge. Casas con banderas de los equipos de fútbol. Hileras de casas trepadas quien sabe cómo una tras otra. Sonidos de combustión motriz. Hombres con cicatrices paseando a sus hijos. Motociclistas con bandera de Jamaica y con rastras en el pelo. Pelos mojados por el sudor costeño. Rúa Presidente Joao Goulat (Toda una crónica aparte de sonidos podría escribirse sobre esta calle fantástica). Bajo esa avenida hasta dar con la Avenida Niemayer, por donde está la única entrada a esta favela. Desde la favela se ve la playa LeBlon. La mejor de la ciudad. Mejor que las internacionalmente famosas Ipanema y Copacabana.
En eso, el Coronel Seabra Martins, coordinador general de la Policía Pacificadora de Río de Janeiro, me cuenta su historia. Nació en Porto Alegre (muy cerca de Argentina) y habla buen español. Lo reforzó en Guatemala y Chile, donde vivió. Un amigo carabinero, devoto de Pinochet, ayudó a perfeccionarlo. Cuando le pregunto sobre la contradicción de trabajar en una policía “pacificadora”, me dice que en Río de Janeiro hubo una polémica por el uso de la palabra guerra por parte de la policía. Por eso ahora la llaman policía pacificadora… Tomo en serio a Seabra porque tiene dos balazos en el cuerpo y 27 años de experiencia en represión. Me muestra fotos de jovencitos armados de la favela en la que estamos. En algún momento, no registro bien por qué, pero el coronel compara el arma con los penes de los policías. Le pregunto sobre los negocios legales en las favelas y me dice que el 50% de la economía es informal en todo Río de Janeiro. Se cansa de contarme eso y me muestra una pistola amarilla de electroshock que tiene a la mano por si acaso.
A un lado de la sede de la policía pacificadora (UPP es la abreviatura) hay un cruce de tres calles, una de ellas, la principal. Mucho comercio: un grafiti de un tanque de guerra con los colores del Flamingo y la leyenda irónica de Bienvenida y salvación. El panorama que se avizora en muchas de estas favelas “pacificadas” es la especulación inmobiliaria, el aumento de las rentas de las casas y el costo de vida en general. Los antiguos pobladores serán reemplazados por nuevos grupos económicos con mayor poder adquisitivo. Uno de los moradores de Vidigal dice que eso ya empezó a suceder aquí. Camino entre casas y postes abrazados por cables como si fueran serpientes. Las paredes son usadas para poner grafiti. El aerosol tiene frases de Macumba, umbanda o de inspiración evangélica. Una guerra religiosa de baja intensidad se libra a través del grafiti. Entro a la tienda Mulher. En el techo está la antena que dice Vía Embratel. El dueño es un hombre de pocas palabras. No parecen gustarle los forasteros que llegan cuidados por policías. Junto a la caja hay algunos letreros y estos dicen: “Mulher ten 3 utilidades: limpi a casa, faz comida e comida” (La mujer tiene tres utilidades: limpia la casa, hace de comer y come); “Nois e pobre mais e limpia” (Nosotros somos pobres, pero somos limpios); y “Aquí vive 1 Guerriero”. (Aquí vive un guerrero).