En los días posteriores al despido de Carmen Aristegui dos discursos han ocupado los espacios.
El primero advierte que la salida de la conductora más escuchada del país fue consecuencia de un acto de censura precedido por presiones del gobierno del presidente peña.
El segundo reduce el despido de la periodista a un conflicto entre particulares, porque la empresa decidió prescindir de su trabajo por utilizar la marca MVS para suscribir Mexicoleaks, una plataforma para recibir documentos y denuncias anónimas de la ciudadanía.
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Las dos posiciones son limitadas y pobres.
El segundo es un argumento absurdo. ¿MVS despidió a Aristegui porque utilizó su marca –un asunto administrativo e inofensivo– y no porque utilizó los recursos de la empresa para hacer una investigación que no transmitió en su noticiero, como acusó ayer?
Decir que el despido es un acto de censura es pese a la gravedad de la aseveración, un ejercicio simplista e insuficiente que margina una discusión más amplia.
¿Los medios han aprendido a ser libres? Siempre han existido presiones del gobierno, en este y otros países, y no dejarán de existir. ¿Cuál es la responsabilidad política y social de los propietarios de los medios?
¿Qué son los medios? ¿Negocios o puentes entre el poder y la sociedad? ¿Es posible recibir dinero con una mano y escribir críticas con la otra? ¿Cuál ha sido la actitud de la sociedad ante la ausencia de una ley que regule la publicidad oficial, una promesa hasta ahora incumplida del gobierno peñista?
Carmen Aristegui es un personaje polarizante, y como muchos periodistas, tiene una subjetividad que emana de su individualidad. Tiene una ideología y en este sentido su trabajo evidentemente se inclina a un lado –la crítica puntual y la vigilancia de los actos de gobierno–.
Con el periodismo de Aristegui se pueden tener desacuerdos. Se han señalado sesgos temáticos, insuficiencia de fuentes y carencias éticas –escribió Raúl Trejo Delarbre– pero su trabajo forma parte de la vida pública. El periodismo complaciente no le sirve a nadie.
Puede uno simpatizar con ella o abrazarla con el peor de los denuestos, pero más allá de ideologías está la importancia del periodismo como un faro irrenunciable de las cosas públicas.
La historia en medio del conflicto, la Casa Blanca de 7 millones del presidente, es un trabajo de periodismo investigativo que debería trascender ideologías y posiciones.
En el despido de Artistegui no existe una verdad absoluta y sí una realidad brutal: sí hubo presiones del gobierno federal, como también sometimiento y una renuncia al ejercicio de la libertad de la familia Vargas.
(Wilbert Torre)