Las unidades habitacionales de mediados del siglo XX fueron pensadas como pequeñas ciudades dentro de la ciudad. Por eso, para quienes crecieron en ellas tienen un significado afectivo fuerte y para el resto de la población permanecen misteriosas, como territorios ignotos en el mapa. ¿Por qué entrarías si no tienes a nadie a quien visitar? Ah, pues para apreciar su valor arquitectónico y artístico. Es turismo sin salir de la ciudad.
Una de las más bonitas es la Unidad Independencia, diseñada por los arquitectos Alejandro Prieto y José María Gutiérrez. Fue construida en 1960 en el terreno que fue la hacienda el Batán.
Además de su abundante flora (en temporada de lluvias es tan, pero tan verde, que uno no puede creer que el Periférico está a unos cuantos metros) y su bien pensada arquitectura, se caracteriza por las intervenciones artísticas. Están los murales de Francisco Eppens, con motivos inspirados en las culturas prehispánicas, y los que dan justo en la nostalgia: los juegos infantiles de Pedro Miret.
Estas estructuras de concreto colado y metal son, al mismo tiempo, esculturas que perfectamente podrían estar en un museo, pero que están concebidas para que los niños se encaramen e imaginen su propio mundo. Se encuentran por toda el área de la unidad, repartidas así para que cada edificio tenga las suyas a la mano.
Por ahí andan los pececitos, que no fueron diseñados con algún significado religioso en mente sino por lo fácil que era simplificar su forma. También están los camiones, con su cabina mini y su caja de carga, ¡y el podio!, una especie de hongo que puede servir como un pequeño escenario para que los niños practiquen sus dotes actorales o políticas.
Casi 70 años después de su inauguración, el perfil demográfico de los habitantes ha cambiado: ya no hay tantos niños; sin embargo, los juegos siguen siendo parte fundamental del espacio público y de la identidad que comparten los independenteños orgullosos.
La Unidad Independencia está en Periférico, entre Avenida San Bernabé y Avenida Río Chico.
