Arrojé sal, pimienta y dejé que las brasas castigaran unos minutos a las papas. Mirada sobre la parrilla, esperé hasta que en la cocina se propagó ese olorcito a quemado que era un aviso: las cáscaras ya estaban fusionándose con la base del sartén y entonces sí, casi carbonizadas porque de ese modo las tolera, mi hija obedecería mi llamado: “¡Puchurunguita, a comeeer!”.
Con la pala de madera extraje las papas y rasqué en el fondo los restos chamuscados de mi erudición culinaria que la hacen tan feliz. Ella acabó su tarea, se sentó a la mesa con aires de oficinista extenuada y le hice la misma mala pregunta con que un padre obtiene siempre la misma mala respuesta: ¿Cómo te fue en la escuela?
Ruega un proverbio periodístico: evita las preguntas cerradas si quieres que te narren alguna historia, sabiduría que aplicada a la paternidad es: si quieres que tu hijo te relate qué le pasó en la escuela no le digas “¿cómo te fue?” pues se limitará a responder “bien” y se acabará el tema de conversación. Mejor, opta por el “¿qué hiciste en la escuela?”: sin escapatoria, tendrá que contarte algo salvo que te responda “nada” (algo casi seguro, por cierto).
Esta vez, sin embargo, mi pregunta de siempre trajo frutos. La nena respondió: “jugamos juegos de contingencia”. La insólita respuesta atmosférica-educativa encendió mi instinto de reportero, como el león que divisa a la cebra y acto seguido imagina el aroma del manjar, su jugosa carne tibia. Como no quería desmentidos, en cuanto la oí busqué y encendí mi grabadora Sony y la apoyé en la mesa (no falté a la ética, la alumna aceptó una entrevista on the record).
Echándose sus papas tatemadas, la entrevista arrancó.
-Explícame eso de los “juegos de contingencia”.
-Antes del recreo, un niño muy bien portado baja y pregunta al conserje: ¿Hay contingencia? El conserje dice: “Sí, no pueden bajar al recreo y lalala”. El niño toca al salón, se asoma y dice: hay contingencia, maestra-, me contó mi hija.
Es decir, en contingencia tienen recreo pero dentro del salón. Pensé que eso era una desgracia porque en el patio la cosa va así de divertida: “Los niños juegan futbol. Las niñas no juegan, platican, o jugamos Lava y Hielo, que es como quemados: hielo es el ladrón que escapa y lava es la policía que atrapa. El hielo no puede estar en el sol, se derrite. La lava puede ir en sol y sombra. Es un juego muy cotidiano (cuando la educanda de 8 años dijo “muy cotidiano” quise abrazarla y besarla pero me contuve: no es modo de tratar a las fuentes).
Total, que en contingencia ni Lava y Hielo, ni futbol, ni nada al aire libre.
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-Explícame los “juegos de contingencia” en el salón-, insistí.
-Las niñas traen cartas o así. Unos traen Monopoly, ¿Quién es el culpable?, Turista. Tenemos que tener cuidado: la maestra dice que si no ponemos atención, en vez de jugar esos juegos vamos a hacer trabajos: estudiar y así. Si no estudias no tienes derecho a juegos de contingencia.
-¿Y cuál es tu juego de contingencia favorito?
-Five Nights at Freddy’s.
-¿Qué es eso?
-Eres una persona que está en una picsería (sic) y se supone que trae una lámpara. Intentas buscar como unos monstruos: Toy Freddy, Freddy, Chica, Toy Chica, Toy Bonnie, Bonnie, Funtime Foxy (esa es la que siempre soy yo). Esteee, también Mangle, Toy Mangle y así, bastantes monstruos. Los buscas y ellos te quitan batería de tu lámpara. Tienes que llegar hasta las 6 de la mañana sin que te asusten. Pierdes el juego si se te acaba la batería y no traes una máscara de cuidador que asusta a los monstruos porque te asustan, te empiezas a reír, la computadora ganó y dices “ah, sí, quiero volver a jugar”-, respondió y el asustado fui yo: Oh, Cristo sacramentado, ¿acaso en la escuela de mi hija permitían que los niños jugaran con tablets? (bellos los tiempos en que disfrutábamos sanos juegos como “Doña Blanca está cubierta de pilares de oro y plata / Romperemos un pilar para ver a doña Blanca”, que los educandos de antaño entonábamos dulces y modositos tomados de las manos.
-¿Hija, entonces les están permitiendo llevar iPads a la escuela?
-¡No!
-¿Entonces?
-Mi compañero Salvador hizo el juego con personas de verdad.
-¿Un videojuego con personas de verdad?
-Sí, sale por ejemplo Salvador y nos dice en el salón: “Yo soy Toy Freddy”. Camina y todos se esconden. Entonces te mueves un poco y dices “aghhh”. Y así: vuelves a jugar y le toca al que pudo asustar-, me explicó.
Aunque había entendido el 10 %, para no fastidiarla más apagué la grabadora y ella zanjó la entrevista con un “Ay, papá” negando con la cabeza, en una suerte de: increíble que no sepas nada de los juegos de contingencia.
Me quedé callado, resignado a mi hija con pulmones de monóxidos de carbono y nitrógeno, ozono, metano, dióxidos de azufre y carbono, y absorto ante los dignos actos de rebeldía infantil ante algo tan pavoroso como los recreos intramuros impulsados por el doctor Mancera y demás políticos, la industria, los microbuses, el transporte de carga y otros verdugos ambientales.
Aunque sólo somos dos, en casa ya estamos preparando un torneo de Five Nights at Freddy’s. Nada de iPads; será un videojuego hecho de personas de verdad: un juego de contingencia con todas las de la ley.
Ella ya pidió ser Funtime Foxy. Yo aún no me decido.