Ignoro si existen platillos que por su misteriosa química encienden la inteligencia, aceleran la perspicacia. Pero hay otros cuyos efectos son los contrarios: estimular a nuestro yo más primitivo, como si una mordida activara el pasado de la cadena genética y alcanzara a nuestros prehistóricos antecesores, los hombres de las cavernas.
Cada vez que muerdo carne en una condición cercana al animal que eso fue, descubro en mí algo de neandertal. Como si rasgar las fibras musculares me volviera un ser con cueros lanzando piedras a un mamut, imagen aún más nítida si es domingo y miro una pantalla con 22 colosos de la NFL que empujan su carne, la colisionan, comprimen y rasgan, la embisten y estrujan.
Por eso, cuando clavé los dientes en la alita cajún y mi amigo Ricardo me distrajo del partido de los Carneros para decirme “¿Viste que Peña Nieto va estar en la ONU?”, no pude tener grandes ideas.
Mi idea fue, pese a todos los males que nos ha impuesto, respaldar a Peña.
Lo primitivo, esta vez, fue la conmiseración. Salí en brutal defensa del Presidente y rogué en mis adentros algo como “¡No, Jesús Sacramentado, que no vaya, no lo dejen ir, no expongan más al pobre sujeto!”. Quise imaginarlo en la comodidad de Los Pinos, en su reconfortante nido hogareño donde nadie lo cuestiona, tomando Coca-Cola, rodeado del amor de su mujer y sus hijas mientras los 100 líderes mundiales debatían el futuro planetario en la Asamblea General de la ONU.
Sentí que enviar a un hombre sin ideas a un lugar donde sólo debe haber grandes ideas era más mucho inhumano que arrojarlo a un rastro.
Algo le iba a pasar ahí arriba sobre el estrado: una confusión, un tropiezo, un lapsus, un disparate, algún suceso dramático y penoso tan propio de él, un ignorante con poder, pero agravado por el pánico escénico de sentir los ojitos escrutadores de las mujeres y los varones que gobiernan al mundo.
Y también asumí que enviarlo a la ONU era, por simple concatenación, aventarnos al degolladero a nosotros, la sociedad que representa. Vía Peña, también sufriríamos la condena de la burla pero ahora no en un evento doméstico cuya mofa quedaría dentro de nuestras fronteras, sino en la caja de resonancia de la Tierra, las Naciones Unidas: “Ay, mexicanos, quiénes serán ustedes que lo votaron a éste”.
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Como la noticia era “Peña va a la ONU” y no “Evalúan que Peña vaya a la ONU”, me resigné a imaginarlo en todo lo alto hablando a la representación del mundo entero. De pronto, su rostro transmutó. No vi al presidente Peña como noveno orador del debate de este martes en la Asamblea General de la ONU.
Vi a Mr. Bean haciendo muecas.
Como una tortura al orgullo, como si taladrada no sólo su dignidad sino la nuestra, su país, hice un horrible compilado mental de los antecedentes: Mr Bean dice que no sabe los costos de la canasta básica “porque no soy la señora de la casa”, da saltitos en una escalera para rogar amor a los mandatarios de Estados Unidos y Canadá, tira la banda presidencial en un promocional, dormita en el funeral de Chávez, dice que el IFAI es el Instituto de Información y de Acceso a la Opinión Pública de toda la Información Disponible para la Ciudadanía desde el Gobierno, llama “Hillary Trump” a la candidata demócrata, lloriquea con el “Ya sé que no aplauden”, informa que León y Lagos de Moreno son estados, dice que leyó el libro de “las mentiras sobre el libro de este libro”, jura que Benito Juárez vivía en 1969.
Y entonces, aunque sigo viendo a Mr. Bean ahí arriba, a nuestro Mr. Bean mexicano, resurge en mí una vieja idea. ¿Y si el Presidente aprovecha y, consciente de que no puede, pide ayuda a los Cascos Azules?
Los militares de la ONU, indica el organismo, tienen operaciones de paz “en países desgarrados por conflictos”. Los “conflictos”, avisa en su portal, son los que aquí resumo.
—En un país no existe la paz.
—Los procesos políticos no son transparentes.
—Existen organizaciones armadas.
—Las elecciones no se realizan con justicia.
—Los derechos humanos no están asegurados.
—El estado de derecho se encuentra en duda.
—Los civiles están armados.
—La integridad física de los civiles está en riesgo.
Uno a uno, el país de Peña cumple los requisitos. ¿Pruebas? En un corte de su gestión hasta noviembre pasado fueron asesinadas 78,109 personas.
Pero volví a la realidad. Peña no pedirá ayuda a los Cascos Azules, no aprenderá nada, no propondrá nada. Démonos por servidos si hoy, sobre el atril de la ONU, no incurre en un absurdo (o varios) que inflamará la obesidad mórbida de lo grotesco, al que alimenta día con día con voraz disciplina.
Lamenté su visita a la ONU, acabé mis alitas, dejé mis primitivos pensamientos de “pobre presidente” y leí un titular del diario 24 horas: “Acude EPN a la ONU; recibirá premio por su trayectoria como estadista”. Sí, la Foreign Policy Association lo condecoró con el Statesman Award.
En este mundo, hasta Mr. Bean recibe un premio por estadista.
Peor aún, hasta Peña Nieto.