Si el padre del psicoanálisis, Sigmund Freud, extenuado de ser durante 73 años un puñado de cenizas enterradas en el cementerio de Hoop Lane, hubiera resucitado, escarbado la tierra que lo cubría, abordado desde Londres un avión de British Airways con destino a la Ciudad de México, para después ir a la TAPO y tomar un autobús hasta Teziutlán, habría explicado con su filosa claridad lo que delante de él pasaba un día primaveral de hace cuatro años.
Sobre un templete, Josefina Vázquez Mota, morena de pasos firmes y voz alijada, había elegido esa población para su primer evento masivo de campaña rumbo a la presidencia de México.
No era casual: Teziutlán era su cuna y la de sus padres. Desde ahí, en su pequeñita “patria” de Puebla, sobre la sierra donde se extendían sus raíces, sería invulnerable, elocuente, carismática, juiciosa, dueña de sí. Para evitar que el PRI volviera a ganar la presidencia de la República, el 31 de marzo de 2012 arrancaría en ese rincón suyo la conquista de su México hasta llegar al trono: Los Pinos.
Atento y serio fumando su puro, elegante con su chaleco negro entre la multitud, Freud hubiera oído a la dama de 49 años que cobijada por su Partido Acción Nacional y sobre un escenario iluminado recordó (o inventó) al micrófono esta anécdota: “Me preguntaba un hombre recientemente que si teníamos valor las mujeres. Yo le decía que el valor no es cuestión de sexo”.
No imagino a ningún hombre formulando la ridícula pregunta de: “¿Candidata, las mujeres tienen valor?”, pero una mentira piadosa no es tan grave. No obstante, enseguida, de la nada, como si a su cuerpo lo invadiera un fantasma de Badiraguato y por su boca hablara el Chapo Guzmán, la candidata prometió a su pueblo que si la votaban emprendería la siguiente acción.
Cha cha cha chan…
“¡Vamos a fortalecer el lavado de dinero!”. No miento. Así lo dijo Josefina remarcando sus palabras con tres sacudidas firmes de su dedo índice, y no se corrigió. Siguió sobre el escenario tan campante prometiendo acciones para el progreso de la patria. Atrás de ella estaba el jefe nacional de su partido e impulsor de su candidatura, Gustavo Madero, y montones de figuras panistas. Y delante suyo, 12 mil teziutlecos. Ignoro si se rieron, espantaron o convulsionaron cuando su paisana prometía, si alcanzaba su meta presidencial, lavar dinero, que según la definición clásica es, “a través de un proceso empresarial, encubrir el origen de fondos surgidos de actividades criminales, como tráfico de drogas, fraude, corrupción, contrabando de armas, prostitución, piratería, extorsión y terrorismo”.
¿Por qué dijo semejante barbaridad, quizá la peor de todas, una política que anhelaba -nada menos- que el cargo supremo del país?
Los benévolos señalarán que fue una simple equivocación. Los lapidarios, que una estupidez. Yo quiero pensar que fue un loable acto de honestidad.
En cambio, al oírla en aquel acto de campaña Freud habría dicho en su rústico español con acento alemán al campesino de junto: “¿Mi muy estimado señorrr, sabe qué le pasó a Josefina? Tuvo un lapsus o, más académicamente, una parrrapraxis. Su boca descarrrgó un deseo inconsciente”.
-¿O sea, fue una pifia, doctor?-, repuso confundido el campesino.
-No estrictamente, amigo. Un lapsus es un deseo que se ha ocultado en las cavernas del alma y la mente pero que, por intoxicación, ansiedad, nervios o cansancio, sale al exterior y revela qué es lo que uno quisiera.
-Qué interesante, señor mío-, habría dicho el campesino antes de que ambos olvidaran a Josefina y se fueran alegres y abrazados por uno pulques.
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La semana pasada, una investigación de Mexicanos contra la Corrupción y la Impunidad demostró que Vázquez Mota y su fundación Juntos Podemos han recibido en 21 meses un total de 900 millones de pesos mediante la Asociación de Empresarios Mexicanos. Sí, un 9 seguido de 8 ceros (hasta marea intentar contarlos). ¿Quién le da a Josefina ese dinero? El gobierno de Enrique Peña, el político al que combatió y que pertenece al PRI, el partido al que ella quiere destronar en las próximas elecciones de gobernador en el Estado de México.
Y hay más. Si pasamos lo recibido en 2015 a la divisa estadounidense, 26 millones de dólares, tenemos que Josefina repartió en Estados Unidos, entre organizaciones de apoyo a migrantes, 17 millones.
Qué difíciles las matemáticas, pero intentémoslo. 26-17=9.
¿Y lo que sobra? Jorge Santibáñez, director ejecutivo de Juntos Podemos, dijo desconocer el destino de esos 9 millones de billetes de un dólar.
Abracadabra. Nada por aquí, nada por allá.
En una entrevista previa con La Jornada, Josefina había declarado: “Nunca he recibido un solo peso de recursos públicos, porque jurídicamente Juntos Podemos no tiene ninguna posibilidad de tener dinero alguno”.
Es decir, negó que succionaba de la inflamada ubre del gobierno. Y mintió: sí succiona. Quien se dice luchadora contra gobierno recibe de su “enemigo” un océano de dólares. Y todo indica que de ese océano se queda con varios mares.
Con tamaños beneficios cualquiera es un valeroso enemigo del gobierno.
Alguien podría decirme: “técnicamente no es lo mismo lavar dinero que lo que ella hace con Juntos Podemos”.
Quizá. Lo que sí sabemos usted, el Dr. Freud, Teziutlán y yo es que el dinero trastorna la razón de Josefina y penetra nuestros oídos con sus deseos inconscientes: “¡Vamos a fortalecer el lavado de dinero!”.
No la culpemos: sobre aviso no hay engaño. Sobre lapsus, tampoco.