Una enfermera a la que llamaremos Natalia atiende en un hospital a una mujer que sufre para dar a luz: “la mujer que estaba de parto lanzó un grito de alivio –relata Natalia-. Un grito de alegría. Y la criatura rompió a llorar: justo acababa de aparecer”.
De pronto, irrumpen desconocidos enmascarados y armados. “Y se lanzan contra nosotras”, narra Natalia. Reclaman drogas, apuntan con un fusil a un médico y ven en una cama al bebé, recién salido del vientre de su madre.
“Nos preguntan que quién era, si de Kuliab o de Pamir –recuerda la enfermera-. Nos quedamos calladas. Y aquellos que gritan: ¡Que de quién es!”.
Las mujeres sostuvieron su silencio frente a los intrusos. “Entonces –añade-, agarraron a aquella criatura, que llevaría cinco o 10 minutos en este mundo, y la tiraron por la ventana”.
Terminé el relato y lamenté haberlo leído. No sé si en una escala de tragedias hay muchas peores que la anterior, relatada por la periodista Svetlana Alexiévich, premio Nobel 2015, para darnos una pintura del caos étnico tras la caída de la URSS.
¿Y qué era eso de Pamir o Kuliab?
Los primeros, musulmanes de Tayikistán que viven en la Cordillera del Pamir. Los segundos, musulmanes de Tayikistán que viven en la región de Kuliab. “Tienen un solo Corán –aclara el texto-, la misma fe, pero los de Kuliab matan a los de Pamir, y los de Pamir matan a los de Kuliab”.
LEE LA COLUMNA ANTERIOR DE ANÍBAL SANTIAGO: SONRISITA DEL TERROR
Un gobierno fuerte cohesiona lo incompatible, amansa a los enemigos. Con el poder, el gobierno soviético mantuvo en paz al Pamir y al Kuliab. En cuanto la URSS cayó se desencadenó el desastre étnico en esa región de Asia. La mayoría de la población observaba atónita en esos días de los ‘90 el exterminio entre bandos sin entender claramente sus diferencias. Sufrían en carne propia la masacre inútil, en el mejor de los casos sólo la atestiguaban e intentaban huir.
Cuando cerré el libró pensé en las aversiones mexicanas y sus masacres: “El Cártel de Sinaloa es enemigo de los Zetas”, “Los Rojos son enemigos de los Guerreros Unidos”, “El Cártel del Golfo es enemigo del Cártel de los Beltrán Leyva”, solemos leer. Todos viven del mismo negocio, comparten nacionalidad y en su inmensa mayoría religión, pero se despedazan: a niños, mujeres y ancianos los alcanza el terror.
En nuestra versión verde, blanca y roja del Kuliab Vs. Pamir, como si estuviéramos ante seres de otro planeta, entrevemos que se odian pues codician idénticos territorios y porque están enfrascados en vendettas infinitas: mato al tuyo porque mataste al mío. Desde 2006 observamos el exterminio, tan lejano y tan cercano.
Nuestro gobierno tiene todo -armas, presupuesto, asesoría internacional, personal, tecnología- para, si no eliminar, sí aplacar ese odio asesino.
No lo hace. ¿Y por qué habría de hacerlo? Esta semana ya habría sugerido la respuesta la “hija” -embustera o no- del Chapo Guzmán: hay políticos que aceptan el apoyo del narco, y por ahí andan las copias de los cheques.