Aterradora, la Física me atacaba y yo no me desprendía de su capa temible, su rostro sombrío y su voz de ultratumba ni cuando dormía en mi cuartito de Tlalpan, ni al despertar y tomar el Ruta 100 para llegar a la Prepa.
Las leyes de Kepler, los sistemas vectoriales, los movimientos rectilíneos uniformes dejaban perpetuas heridas en mi alma, hasta que un día llegó la paz. “Tienes seis de promedio”, me informó el profesor el último día de clases, y ese seis me supo a cien, mil, un millón. Seis era mi calificación final y yo me sentía en el Olimpo.
Insospechados los caminos de la mente, la Física volvió a mí no como Satán sino con la atracción del misterio al ver hace seis meses las sobrepobladas barrancas de Álvaro Obregón. ¿Cómo se sostienen esas casas de lámina en las laderas, retando a la gravedad con miles de personas dentro, si se alzan en tierra vuelta fango por las lluvias?
“Aquí hay un reportaje”, pensé y con mi grabadora fui a Loma Nueva, barranca donde me contaron que el histórico lotificador en esa pendiente abismal se llamaba Reyes Patiño. Lo busqué, se acercó a paso seguro, inyectó sus ojos y avisó al fotógrafo y a mí: “Ya los vi hablando con los enemigos. Lárguense”. La frase no vino sola: percibí que su codo se elevaba dos, tres centímetros. Pocos, pero si permanecíamos el motivo de su ira —platicar con sus rivales—lo podía apagar con la cordial estrategia A Punta de Madrazos. Nos fuimos.
Lo que don Reyes amagaba hacer también era un golpe, que en Física es resultado de estas variables : a) masa con que se pega b) precisión del impacto c) velocidad d) presión e) rigidez del arma.
Ya desde tiempos inmemoriales la estrategia A Punta de Madrazos infecta a México —igual la política de más alto rango que los lazos sociales más pequeñitos— pero la semana pasada fue muy visual y didáctica.
Aún me cuesta creer no sólo el vendaval de golpes criminales en el Estadio Pirata Fuente, sino que alguien fuera capaz de atacar a otro ser humano con un picahielos porque portaba una camiseta amarrilla y no roja. No es posible que esta semana llegara a nuestros ojos un video donde el conductor de una camioneta de lujo arrolla a una mujer policía indefensa con tal de que no le colocara el inmovilizador. No puedo entender que Lavolpe —gran promotor en esta nación del futbol/arte— irrumpiera en el campo en pleno partido, metiera una zancadilla a Jesús Sánchez y violara con tal descaro lo más sagrado del deporte: el juego; o que el borracho alcalde de Atoyatempan moliera a golpes a un menor discapacitado. No es permisible que Ferreti, técnico de Tigres, gritara a la tribuna de los Tiburones “van a ver cuando vayan allá”, avisando que él dirigirá la estratégica contraofensiva A Punta de Madrazos. Qué bestia.
Alguien podría decir: anécdotas, no es tan grave. Ok, no nos quedemos en anécdotas: en el territorio donde “lo bueno casi no se cuenta pero cuenta mucho” la Comisión Nacional de Derechos Humanos registró que la tortura que ejerce nuestra justicia aumentó del 2015 al 2016 en 332 %.
El país está enfermo de violencia: es un macho golpeador. Nos avasalla la estrategia A Punta de Madrazos, la aborrecible Física de los trancazos para dirimir lo que sea. Lo mismo un conflicto en una cancha, una barranca, una comisaría, una casa o una curul, la lógica que se torna imperio es: que haya sangre.
El problema es que la sangre que sin clemencia arrancaste al otro podría volverse tu propia sangre: la estrategia A Punta de Madrazos crea una historia sin fin.