Rodeado por un enjambre de butacas vacías, esperaba sentado con mi banderita azulgrana la llegada del “Alacrán” González, famoso porrista del Atlante. Pasaron 15, 20 minutos y no llegaba. Hasta que, casi al iniciar el partido ante Rayados, divisé en la grada lateral opuesta del Estadio Azteca un solitario puntito. Era él.
“¡Alacráaaan!”, grité. Mi voz surcó el campo, llegó hasta la tribuna de enfrentey retumbó en el monstruo de concreto. Confundido por el lugar de la cita, el Alacrán me oyó, y caminando arribó a donde yo estaba. Fin.
¿Cuál es la anécdota? Que a 70 metros de distancia distinguí a mi amigo, y que éste oyó mi voz. Las tribunas estaban tan desoladas y silenciosas, tan pocos fuimos a ver al Atlante esa tarde de 2002, que descubrí al Alacrán del otro lado del Azteca, y él, a su vez, me escuchó como si le hablara al oído.
Al otro día, el periódico informó que asistimos al estadio 255 personas.
Para el atlantismo esa soledad ha sido natural. Cuántas veces no se repiten dos máximas: “Los atlantistas son cinco” y, desde luego, “El Atlante es sufrimiento”. Y yo me enervo. Primero, con nosotros mismos, la afición azulgrana, que aceptó esos hechos como naturales, pintorescos y simpáticos. Alto, si nuestra existencia es un martirio y cada día somos menos no es por designio de los astros; es por tres culpables.
Teníamos el Estadio Azulgrana, y un día a nuestro presidente, José Antonio García, se le ocurrió volvernos queretanos y nos mandó al Corregidora. Así nos fue: Querétaro nunca nos quiso y caímos a Segunda. Si en 1991 ascendimos fue por Félix Fernández, otros jugadores entrañables y Lavolpe, pero también por los miles que atestaban el Azulgrana.
Al tiempo nos vendieron a Televisa: la escuadra de los arrabales se volvió una moneda más del Emporio, que nos usó como el drenaje donde arrojaba jugadores desechados por el América.
Después nos mudamos al rebautizado Estadio Azul, a Neza y Quintana Roo. En 25 años fuimos locales en cinco estadios. Un jefe de familia con cinco diferentes casas, en todas es indeseable. Los atlantistas ya éramos sólo un puñado y, como la cancioncita, “De los seis que tenía, uno se escapó de un brinco y ya nomás me quedan 5, 5, 5, 5”.
Pese a todo, seguimos existiendo. El problema fue que los cabecillas Miguel Ángel Couchonal, García y Alejandro Burillo refundaron al equipo como agencia de colocación. “Todo jugador atlantista que funciona, se vende”, fue su dogma (partieron Vilar, Chamagol, Luis Gabriel Rey, Hobbit y montones más). Enfermos los tres por dinero, le extrajeron al Potro sus entrañas y lo dejaron como una rata destripada.
Queremos al Atlante de vuelta en casa. Sólo el DF lo regresará a Primera, dejaremos de ser cinco y revertiremos el cuento de “El Atlante es sufrimiento”, que Toño García y sus cómplices inventaron para hacer millones.
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(ANÍBAL SANTIAGO / @apsantiago)