La posmodernidad, la ‘posmo’ para los cuates, se caracteriza por su tendencia a ironizar sobre el pasado reciente, en particular sobre las ocurrencias de su hermano mayor, el siglo XX, y homenajearlo con una pizca de sorna o mala leche. Basta ver, por ejemplo, el remake de El Gran Gatsby que propuso Baz Luhrmann, aborrecida por unos y adorada por otros, generalmente por quienes gustan del jueguito irreverente y entendieron las referencias cinematográficas que planteó este director en tono humorístico.
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Cuando yo nací, el gran remake aún no comenzaba. Pasé por los 70 sin enterarme de que estaban de moda los pantalones acampanados y los zapatos de plataforma, más que varios años después, cuando vi las fotos de mis padres recién estrenados como tales. Los 80, en cambio, sí me tocaron. Usé diademas de plástico y sandalias fluorescentes, jugué al pacman en Atari y a Donkey Kong en Intellivision, usé pantalones Jordache y Sergio Valente. Escuché a A-ha, a Queen y a Michael Jackson, por eso no supe si reír o llorar cuando me enteré de que mis hijos son fans de Freddy Mercury, y mis sobrinos suspiran por ir al concierto de Madonna. Píxeles, la película de Chris Columbus que salió el año pasado, mitifica esas primeras consolas y los videojuegos de ese tiempo, con un humor que no involucra a más de media neurona, pero a los adolescentes de hoy les entusiasma. Volver al futuro se vende de nuevo en las librerías y amenaza con producir un nuevo episodio. De La guerra de las galaxias mejor ni hablar, excepto que el episodio más reciente no propone nada nuevo en términos de trama. Sí, los 80 están de moda, por incomprensible que pueda parecernos a los nacidos en la década anterior. Para mí, su estética es sinónimo de ingenuidad y de mal gusto: los aretes de plástico, los pantalones embarrados en el culo. Podemos reírnos un rato de una broma pero no cuando ésta se repite hasta el cansancio. Me pregunto qué va a pasar después de esto o si, tras las plataformas y las camisas setenteras que están por regresar, volveremos a los locos años 60. El siglo XX desde 2016 parece el día de la marmota. Si tiene que ser así, nos resignamos. Lo malo es que sea únicamente la cultura popular más barata y más chatarra lo que se reproduzca.