Las de junio del año próximo, en las que se votarán 500 diputados, 9 gubernaturas y mil alcaldías, serán las elecciones más inciertas en la historia reciente de México. La inseguridad –el narcotráfico y sus miles de muertos y desaparecidos– es el iceberg más visible de un conjunto de planos fallidos. Un clima de violencia, enrarecimiento político y conmoción social, el peor en medio siglo, forman un enigma gigantesco: ¿Por qué partido votaremos el año próximo?
PRI, PAN y PRD, los tres principales, son tres miserias hundidas en el peor de los descréditos desde su fundación.
El nuevo PRI de Enrique Peña Nieto ha sido incapaz de probar que fue un acierto el voto que lo trajo de vuelta a gobernar. Con varios de sus miembros acusados o bajo sospecha de narcotráfico, carente de esfuerzos razonables para desterrar la feroz corrupción enraizada en el sistema, y hundido en un pantano de ineficacia, falta de voluntad e hipocrecía en el tema de seguridad, el más importante de todos, el partido fundado por Calles parece no tener mayor capital político que el tristemente afamado voto verde –votos campesinos de hambre y promesas eternas– y una maquinaria electoral cimentada en lo que será uno de los mayores gastos de campaña para –como ayer, como mañana, como siempre– comprar votantes con dinero.
El PAN, que hasta hace unos años se presentaba como un superman justiciero y honesto, una opción en medio del desierto, se ha apartado de los principios que lo fundaron hace 75 años, un partido vulnerado, y exhibido por una ola de corrupción y de conflictos relacionados con la disputa por el poder y turbios intereses de grupo.
El PRD, que alguna vez representó a la izquierda más honesta y combativa, un partido arrasado por el salinato en una época en la que fueron asesinados más de 300 perredistas, es una caricatura negra dibujada por lo peor de sí mismo. Un hoyo donde se macera lo más bajo de sus orígenes priístas, como el caso de Ángel Aguirre en Guerrero.
¿Que podría salvarnos del derrumbe de los partidos políticos?
La sociedad civil. Pero la sociedad civil, mucho más organizada que antes, por ahora es sólo un río gigante transmisor de agravios que no alcanza a formar un cuerpo sólido y razonado capaz de castigar a los partidos y de producir referentes para solucionar los problemas y aplicar correctivos.
¿Y si surgiera un solo líder de la sociedad civil?
No podría ser votado, a menos de que aceptara desfilar en la vitrina de alguno de los membretes agónicos que hoy son los partidos políticos. De cara a las elecciones de 2015, la política no es lo que debe ser y sí es lo que no debería ser: el negocio más jugoso en un país seco y deprimido como un desierto.
(WILBERT TORRE / @wilberttorre)