Las recomendaciones con las que concluye el #InformeAyotzinapa del grupo de expertos de la CIDH resumen el horror acumulado en este país: ubicar mapas de fosas; resguardar sitios con restos humanos; crear un registro de personas desaparecidas, un banco de ADN de sus familias, un programa nacional de exhumaciones y una comisión nacional de búsqueda.
El horror no es exclusivo de Iguala o del norte del país. En la geografía defeña la ausencia también está presente, tan cerca que nos sopla en la nuca.
Un tour imaginario podría haber empezado en el Bar Heaven, Zona Rosa, de donde fueron sacados 12 tepiteños hallados después enterrados, o en el bar Virtual de Lindavista de donde –también en 2013- fueron extraídos cinco jóvenes; sus familias aún penan sin ellos. Más hacia el centro, en la colonia Roma, cada tanto se juntas familias incompletas; sus hijos succionados a partir de la “narcoguerra”: ahí los Fernández y los Baca, padres investigadores que hasta a territorios Zeta se han metido a indagar el paradero de sus hijos; la señora Maldonado quien dejó de ver a su Carlos en 2010 cuando salió a la Narvarte a intercambiar su colección de Star Wars; Araceli Rodríguez, mamá de un policía federal desaparecido en Michoacán, llega desde Neza. De Chalco era Margarita Santizo, madre de Esteban, marino desaparecido, quien antes de morir del cáncer de la incertidumbre pidió ser velada afuera de la Secretaría de Gobernación (“si no quisieron verme en 5 años ahora no les quedará otra”). Bucareli fue campamento de las familias de Héctor Rangel y Julio López que clamaban lo mismo: Búsquenlos. A Doctor Vértiz dos veces llegaron tráileres cargados de cadáveres descompuestos que terminaron en fosa común en el Panteón de Dolores: Eran de los 72 migrantes y las fosas de San Fernando. 10 mujeres “festejaron” el primer Día de Madres del sexenio de Peña con una huelga de hambre afuera de la PGR, sobre Reforma (en el mismo sitio donde hoy existe un campamento por los 43). Cada Día de la Madre a El Ángel llegan cientos de madres exigiendo el retorno de los hijos que debían festejarlas. En ese cruce hay dos opciones de recorrido: hacia Reforma-Centro está la SIEDO, de donde salen familias mudas al constatar que su expediente quedó estancado. Hacia la derecha, casi en Circuito Interior, en Servicios Periciales de la PGR ocultan datos clave (como ropa o pertenencias hallada en las fosas) que ayudarían a recobrar a algunos de los buscados. En las recepciones del Senado, la Corte o la Cámara de Diputados cada tanto se registran familias que, con carteles de sus seres queridos, exigen con urgencia leyes que obliguen a que alguien se mueva a buscar. Vitrinas y paredes de estaciones de Metro y terminales de autobuses están tapizadas de carteles con una leyenda: “Ayúdame a encontrarlo”, señas particulares y dirección donde se les vio por última vez. Al pie de la Estela de Luz se plantan placas conmemorativas con nombres añorados. El dolor se acumula en dos edificios: la CEAV, antes Províctima, en la Del Valle, y la Unidad Especializada de Búsqueda, a unos pasos de Bellas Artes, en la calle de López, en el mismo edificio cruel donde operaba la policía política que en los 70 y 80 desaparecía y castigaba gente en los separos aún visibles desde el estacionamiento. Más hacia el centro, el Museo de la Memoria Indómita, creado por los H.I.J.O.S. treintañeros de esos desaparecidos durante la “guerra sucia”, que una vez ingresaron al Campo Militar Número 1 a reclamar que es un cementerio clandestino de la generación de sus padres, lugar de donde salían los vuelos de la muerte a Guerrero. En el corazón de la ciudad, la Catedral Metropolitana guarda en su historia aquel asalto de madres huérfanas de hijos –comandadas por Doña Rosario Ibarra— que en 1978 iniciaron una huelga de hambre contra esa maldita costumbre del gobierno de desaparecer gente. Nadie escuchó. Palacio Nacional siempre fue lugar de la sordera. El último punto, donde confluyen siempre marchas y recorridos, es la Basílica de Guadalupe, donde esas mamás lloran a otra madre a la que le arrebataron a su hijo, y a quien le piden el milagroso regreso a casa.
Las coordenadas de la desgracia son: Avenida Desaparecidos entre calle Fosas y Búsqueda-en-Vida, al cruce de Te-Extraño-M’ijo-Muero-Sin-Ti. Ciudad Ausencia.