El sexenio de Enrique Peña Nieto, el que pretendía vender una nueva cara de México al mundo, terminó con la masacre de Ayotzinapa. Sé que puede parecer exagerado. Acostumbrados a vivir en un país en el que todo pasa, y nada cambia, suponemos que todo se terminará por olvidar. Pero en esta ocasión hay razones para pensar que es distinto, al menos fuera de México.
Basta con mirar la cobertura internacional que ha tenido esta historia. Sin ir más lejos, el martes 7 de octubre, el New York Times destacaba en su primera plana la noticia de la desaparición de 43 estudiantes y el descubrimiento de una fosa con cuerpos. El mismo día, el diario El Mundo de España publicaba en su portada: “Le arrancaron la piel de la cara y los ojos”. Cabeza de la nota bajo el título de “Matanza en México”.
La tragedia de la Normal de Ayotzinapa le ha dado la vuelta al mundo por la cantidad de afectados, por el perfil de las víctimas, por el rol de los policías.
El tema es grave en sí mismo por lo que ocurrió. Pero también porque pinta de cuerpo entero las debilidades del país. En México nos gusta ver cada caso como si fuera un hecho aislado, nos tranquiliza, porque así, detenidos los culpables, dejamos de preocuparnos. Pero la realidad es más compleja.
Lo que pasó en Igual retrata, en mayor o menor medida, lo que ocurre en parte del país. Policías corruptas que operan sin ley, alcaldes con acusaciones de vínculos con el narco, gobernadores que están ausentes y una Federación de reflejos lentos, hábil para dar golpes mediáticos pero incapaz de hacer cambios de fondo que garanticen que los problemas no vuelvan a ocurrir.
¿De qué sirven las reformas estructurales aprobadas si no hay instituciones confiables? ¿cómo va a hacer el gobierno para convencer a los inversionistas de traer su capital con esta brutal ausencia del Estado de Derecho? ¿Cómo podemos decirle a los turistas del mundo que visiten nuestro país cuando leen ese tipo de historias en sus medios?
La tragedia de Ayotzinapa es un brutal recordatorio de que la comunicación no cambia la realidad. Y que no basta con pretender que ésta no es tan mala, pues tarde o temprano se volverá a manifestar.
Ni modo, aunque no nos guste, aunque suene al sexenio de Felipe Calderón, habrá que trabajar de nuevo en la seguridad y el fortalecimiento de las instituciones.
Porque lo otro, apostar por la desmemoria sólo nos permitirá calmarnos por un tiempo, hasta que la próxima tragedia nos vuelva a sacudir.