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Y le pusimos megáfono a las habitaciones.
Tembló hace días, con epicentro sabe dónde pero sacudida en las entrañas del DF. De madrugada. Me despertó, y a mi perro también. Ladridos, taquicardia leve, cara de ¿te cae? La primera reacción: ver que todo siga en pie. Asunto de supervivencia simbólica. Si la planta deja de moverse, el cuadro no da el azotón… ya pasó. Reacción casi simultánea: échale ojo al Twitter. Incluso antes de poner tele o radio. Ojo al Twitter para saber qué pasó. Mi rutina de redes sociales: checo qué dicen las autoridades, luego la cuenta en redes de la colonia en la que vivo (casi cada colonia defeña tiene cuenta tuitera). Si esa cuenta sigue tuiteando, el barrio sigue más o menos vivo. Esa es mi lógica.
El temblor más reciente evidenció una característica de nuestra sociabilidad actual: el barrio se ha expandido gracias a la esfera virtual. Y en algunas ocasiones, ha sido debido a la esfera virtual que se articula alguna noción de barrio. Los vecinos que ni se saludan y que en la prisa del ajetreo matutino le echan el coche encima a laseñorasubebéelperrolananayeltranseúntedeocasión, de pronto debaten en la madrugada sobre la pertinencia o no de que se designe espacio de calle a una ciclovía. [Los vecinos de la Colonia Nápoles, de esta chilanga ciudad, llevan días en zipizapes enconados. Unos argumentan que la ciclovía es importante para el retejido colectivo y social; otros contra atacan con la queja de que las bicicletas traen “gente rara al barrio”, afectan el comercio e introducen nuevas ideas. No hay solución, sí discusión. Y hasta mentadas de madre.]
La esfera virtual no sustituye a la asamblea física. Pero nadie pretende que lo haga. También es cierto que la desigualdad en el acceso a las tecnologías de información impide que muchos puedan siquiera manifestarse en esa plaza virtual. Pero para una ciudad como la nuestra, esta chilanga capital mexicana que tiene algunos de los índices más altos de intercambio de información por redes sociales, la expansión del barrio hacia la esfera virtual está permitiendo otra forma de implicación cívica que no habíamos conocido.
Al llamado a proteger la ciclovía acudimos muchos. Y otros tantos a atacarla. No logramos mucho, pero por lo menos salimos de casa.
Nos vimos las caras.
Cuando tembló, escuché por Twitter la voz del barrio. ¡Carajo! Me agarró en calzones. Luego nos reímos, tranquilizamos y nos acompañamos en el susto.
Bendita ciudad expandida.
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Escribo, hago radio, doy clases, odio el chocolate, le voy a los Pumas, vivo despeinada y todavía quiero seguir en México. En tuiter estoy en @warkentin.
(Gabriela Warkentin)