El jueves pasado te vi. Llegué al palacio de San Lázaro y estabas sonriente, dicharachero, elegante, y luego noté en tu modo de andar una chispa arrogante cuando a las puertas del gran salón una señorita vestida con la gravedad de tu investidura te entregó un botón que, prendido a tu solapa, anunció a todos que eres una de las personas de privilegio de este país, mexicanos únicos protegidos por un fuero que a veces, tengo que decirlo, te hace actuar con impunidad y prepotencia.
Era mediodía cuando pisé el vestíbulo, un espacio ronroneante ocupado por los murmullos de guardias y guaruras, edecanes y asistentes que te rodeaban solícitos para preguntar qué se te ofrecía. Me alcé sobre las puntas de los pies para ver tu cara de dientes relumbrantes más allá de un cerco formado por pedestales de acero y lazos de terciopelo rojo que impedían que los demás –los normales, los sin fuero– nos mezcláramos contigo.
Me había cansado de mirar por encima de las cabezas cuando un viejo amigo que trabaja para ti me llamó, pidió a un guardia que retirara el lazo púrpura y me abrió las puertas al paraíso que habitas. Caminé, debo decirlo, con cierta desconfianza: no te conozco, pero por culpa de colegas tuyos que antes estuvieron aquí, y que sí conozco, no pude sacudirme de la cabeza ese pensamiento que me hace dudar que de verdad llegarás a servir primero a la patria, como dijo Vicente Guerrero.
Me hacen dudar varias cosas y haré a un lado las que pueden ser anecdóticas, como esas fotos mala leche que te muestran durmiendo en las sesiones o jugando con una tableta en lugar de debatir nuevas leyes, o emborrachándote para después conducir tu auto sin que nadie te detenga porque estas enfuerado.
Me inquieta que con un salario de privilegio –mil millones ganarás con tus 500 compañeros en un año, leo y me espanto porque pienso que hay dietas que engordan hasta la locura– poseas además tratos de excepción como viajar por el mundo –el año pasado tú y tus colegas gastaron 30 millones de pesos del erario para comprar boletitos de avión– o disfrutar de un seguro de gastos médicos mayores, que en conjunto araña el escándalo de 180 millones de pesos.
¿No debería ser que si te enfermas asistieras a hacer fila al ISSSTE y al IMSS, como hacen más de 100 millones de mexicanos a los que se supone que tú sirves?
¡Bienvenida, diputada! ¡Bienvenido, diputado!
Dejo de abrumarte con mis chocantes pensamientos y te encargo La Patria.
Cuida el piso (lo único que poseen millones de mexicanos), cuida el Peso (urge que alguien lo haga) y sobre todo te suplico que cuides tu trabajo. Que si juegas con el iPad no sea mientras trabajas, que si bebes te retires el botón del fuero, y que recuerdes que trabajas para un poder independiente.
Que no te debes a Los Pinos, sino a los ahuehuetes más viejos, más sabios y más ciudadanos.