Cualquier persona que se haya involucrado de alguna manera con algún proceso narrativo estará de acuerdo con que uno de los aspectos centrales en el proceso creativo es mantener, durante todo el trayecto de lo narrado, un tono y una tensión consistentes. El lenguaje cinematográfico tiene la complicación adicional de que muy pocas películas se filman de manera lineal. El director, los actores, la iluminación, el audio, la dirección de arte, tienen que conseguir construir la atmósfera justa para cada instante de forma independiente. El cine tiene la ventaja de que una escena se puede filmar las veces que sea necesario hasta que el director o la directora queden satisfechos con ella, pero tiene la complicación de que las atmósferas y las situaciones se tienen que fabricar escena a escena.
El hecho de que el director Richard Linklater haya conseguido mantener un mismo tono durante un rodaje que duró más de 12 años es ya una proeza digna del máximo respeto. Boyhood nos cuenta la historia de Mason en su tránsito desde la niñez hacia la adultez. En tan sólo 39 días de rodaje, a lo largo de 12 años (del 2002 al 2013), el cineasta norteamericano consigue representar la enorme complejidad implícita en la construcción de un ser humano, las infinitas variables que interfieren en el desarrollo de la personalidad, la gran influencia que tienen en el devenir de una persona la ideología dominante de su época y el sistema de creencias específico de su núcleo familiar. Aunque la cinta pierde un poco de fuerza hacia el final, el faraónico proyecto de Linklater funciona en su conjunto.
La madre del protagonista (Patricia Arquette) representa con mucho tino la inmensa dificultad que supone la crianza de un hijo: tarea que comúnmente se asume desde la convención, la ignorancia o el narcisismo para desgracia de la humanidad. La película nos vuelve empáticos con el desconcierto que supone habitar un mundo como el actual. Nos muestra la urgencia de permanecer atentos y sensibles ante nuestras emociones, la importancia de reconocer el límite de nuestras facultades y la absoluta necesidad de buscar primero y afirmar después quiénes somos. El dolor, la frustración, el desencanto; la pérdida, el extravío, las equivocaciones; el descubrimiento del amor, el establecimiento de la medida del ego, la capacidad para enfrentar la adversidad: Boyhood transita por muy diversas etapas en su (para mi gusto afortunado) intento por alcanzar una de las máximas aspiraciones de una obra de arte: transmitir al espectador la inconmensurablemente confusa, trágica y fascinante experiencia de estar vivo.
( Diego Rabasa)