Hay quienes ya lo conocen. Algunos pocos lo han visto en vivo y a todo color. Otros se enteraron de su existencia a través de este espacio. Es un hombre común, como cualquiera, que se decidió a convertirse en el nuevo héroe de la ciudad. Una especie de vengador urbano que se autobautizó “Caca-Man” porque un buen día decidió embarrar de heces fecales —y luego huir corriendo— a los dueños de mascotas que no dispusieran adecuadamente los desechos de sus animalillos.
Por ello, este hombre estuvo algo deprimido la semana pasada. Y es que apenas se ha dado cuenta de algo que es natural y que ha pasado con todos los superhéroes a lo largo de la historia: la gente sólo los recuerda cuando hacen falta, cuando el problema atraviesa su fase aguda. “¿En cuanto tiempo se me arruinarán estos hermosos zapatos deportivos y nadie me comprará unos nuevos?”, se preguntaba mientras caminaba cabizbajo en un reconocido centro comercial.
Era temprano por la mañana y el lugar estaba prácticamente vacío (solamente se veían algunas amas de casa haciendo compras de enseres domésticos en un cercano supermercado). Por eso, se dirigió hacia el estacionamiento techado y se animó a descubrirse el rostro para limpiarse con el reverso de la mano —nunca con la palma pues no olvidemos que manipula excrementicias—, un par de involuntarias lágrimas que le rodaron por las mejillas.
Estaba ensimismado cuando de pronto, un vehículo color negro de gran lujo llamó su atención. Habiendo cientos de lugares desocupados, el auto se estacionó en un lugar marcado para discapacitados y con lujo de prepotencia, bajó del mismo un tipo regordete, de cabellera engelada, gafas obscuras y camisa abierta casi hasta el ombligo.
—Oiga –le reclamó–, ese lugar es para discapacitados.
—No me tardo, papawh– le contestó el otro sin siquiera mirarlo.
De inmediato, nuestro héroe aficionado sintió una corriente de adrenalina que le energizó la espina dorsal y que lo obligó a correr hacia el supermercado a toda velocidad. Llegó jadeando a la caja y pagó sin chistar el importe de un contenedor alargado —parecido a un desodorante— de tinta blanca para bolear y pintar zapatos.
Y así, estimado lector, lectora, nació una nueva tarea para el ya apreciado vigilante de la metrópoli: pintar autos con la leyenda “Soy idiota = discapacitado social” para exhibir a todo aquel abusivo que se sienta más inteligente que los demás y que por ello se estacione sin razón en lugares reservados para discapacitados. Ante la vista gorda de cualquier guardia de seguridad que muchas veces son amedrentados por estos individuos, actuará con sigilo y prontitud y dejará además, una embarradita de apestosa y fresca caca en el interior de la manija del auto, lo que será su firma personal. Y si el dueño del coche cuenta con guaruras, tanto mejor. Así podrá echarse a correr y aprovechar su condición atlética.
Caca-Man al rescate del civismo en nuestros estacionamientos. Caca-Man a la defensa de los indefensos. Sí: Caca-Man ataca de nuevo. Tenga usted cuidado. Y dése por advertido…
(J. S. ZOLLIKER / @zolliker)