Gabriel Rodríguez Liceaga, columnista de + Chilango, comparte una anécdota que vivió en la FIL de Guadalajara 2018 con la escritora Cristina Rivera Garza; asimismo, reflexiona sobre el libro El invencible verano de Liliana
Gabriel Rodríguez Liceaga
En la FIL Guadalajara del 2018 tuve la oportunidad de cargarle sus libros a Cristina Rivera Garza. No creo que se acuerde. Estaba yo en el cuarto de autores cuando entró. Guau. Su libro de La Castañeda siempre me ha encantado. Ya mero iba a empezar una charla sobre cuatro autoras y autores emergentes que ella había elegido y había que cruzar media Expo Guadalajara para llegar al salón a tiempo.
No sé cómo pasó pero Cristina me pidió que le ayudara con los libros que traía. Ahí iba yo a su lado, contento y orgulloso de serle útil. La plática fue extraordinaria. Todas las presentaciones literarias están destinadas al olvido, y por eso mismo Cristina Rivera Garza aprovechó para contarnos los secretos más profundos de las y los autores que la acompañaban en la mesa.
¡Los investigó a fondo! Sin revelar sus fuentes nos contó datos e información sumamente íntima de cada uno. No es normal que una autora consagrada trate con tanto respeto a un grupo de escritores de otra generación, vaya. En esa charla se aspiraba a algo básico pero complejo: la honestidad.
“El Invencible Verano de Liliana” es impresionantemente honesta. La verdad por encima de todo. Cristina Rivera Garza utiliza su sabiduría para narrar el momento más doloroso de su vida. Yo prefiero no teclearlo por respeto. Ella, en cambio, con una valentía rampante, transcribe las cartas, diarios, poemas y notas periodísticas a propósito de su hermana menor.
El invencible verano de Liliana hace cierto ese dictum literario de que hay que escribir metiendo el dedo tan tan hondo en la herida que acabe doliéndonos a todos. Me atrevo a afirmar que Cristina hubiera preferido no ganarse el premio Pulitzer. Qué complicada es la vida.
Nana, mi novia, me comenta que le da hasta miedo abrir el libro ya que trata de la muerte de una hermana menor. Mi amiga Ninde me dice que cuando dio vuelta a la página y vio impresa la foto del feminicida sintió que estaba en la peor película de miedo. El libro está escrito con el lenguaje del terror.
Y entendiendo eso, Cristina sabe cuándo hacer poesía, cuando narrar desde el cariño autobiográfico, cuando estremecernos con una prosa ya mística. Todas esas características que iluminaron aquella presentación en la FIL las volví a reconocer en este libro íntimo, doloroso, exacto, único, histórico, necesario, honesto y justo. Me quedo corto.
Qué tremendo pensar que durante años Cristina anidó dentro suyo el dolor de no encontrarle palabras a este libro, mismo que ahora hasta celebramos. Se ganó el premio porque encontró un lenguaje para expresar la cosa atroz e impune que le pasó a ella y a su familia. Impunidad que sigue vigente, sólo que ahora en un mundo nuevo, un mundo donde ya existe El Invencible verano de Liliana.
Hay en esto un logro que hace que cualquier premio sea irrelevante. Cristina sabe que no puede cambiar lo que le pasó. Y por esa horrenda circunstancia transforma la narrativa mexicana para siempre. Abre un camino: el de cómo hablar de un feminicidio de forma distinta. No sólo literaria, más bien viva. Liliana vive.