Cazar a un capo en México

La nueva detención de Joaquín Guzmán Loera es un gran acontecimiento alrededor del que se acumulan dudas. Suele ser así con el tema del narcotráfico en México. Debido a los intereses políticos y la corrupción en nuestro sistema de justicia, una cosa es la verdad mediática, otra la verdad judicial y una muy diferente, la verdad histórica. Es necesario el paso del tiempo para que se vayan revelando los detalles que nos muestren la verdad.

El anterior líder del Cártel de Sinaloa se llama Miguel Félix Gallardo. Hace 28 años, tras el asesinato del agente de la DEA Enrique Camarena, el capo debió ser deshechado por el sistema político mexicano que lo encubría. Los detalles de su “búsqueda” y detención no se conocieron con precisión sino hasta muchos años después, cuando el propio Félix Gallardo los relató para mi libro El Cártel de Sinaloa. Una historia del uso político del narco, publicada en 2009. Ofrezco aquí un fragmento de lo que sucedió realmente con la detención del antecesor del Chapo Guzmán.

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La cacería ya estaba desatada. Miguel Félix Gallardo se fue de Mazatlán en marzo de 1987. Llegó a Guadalajara junto con su esposa y sus hijos, aunque ellos vivían en una casa y él en otra. El abogado Fernando Martínez Inclán lo asesoraba para presentarse en el Juzgado Cuarto de Distrito, a fin de declarar en torno al asesinato del agente de la DEA Enrique Camarena, ocurrido el 7 de febrero de ese año.

Se sentía un intenso ambiente electoral en el país. Cuauthémoc Cárdenas despuntaba en la elección presidencial frente a Carlos Salinas de Gortari.¨Espérate un poco más al cambio de gobierno, te presentaremos amparado, tu caso es de presión política, espérate¨, le decía Martínez Inclán a Félix Gallardo. Por esos días, Guillermo González Calderoni, quien era subdirector de la Policía Judicial Federal y luego sería director de la División de Investigación contra el Narcotráfico, tenía comunicación con Félix Gallardo a través de intermediarios. Mediante ellos, al llegar a Guadalajara, el capo sinaloense le pidió al policía que no molestara a su familia, según escribe el viejo capo en sus diarios.

El Cártel de Sinaloa -también llamado en ese entonces Cártel de Guadalajara, debido a que esta ciudad era la residencia de los principales capos del grupo- ya era una realidad. Se trataba de una asociación de sinaloenses exportadores a Estados Unidos y Europa de cocaína colombiana y de mariguana sembrada en diversos estados del país. Ernesto Fonseca Carrillo, Rafael Caro Quintero y Miguel Félix Gallardo, todos sinaloenses, eran los principales empresarios del ramo. Sus operadores en diversas ciudades del país eran, entre otros, Amado Carrillo Fuentes, los hermanos Arellano Félix, Joaquín El Chapo Guzmán, Héctor El Güero Palma, Ismael El Mayo Zambada, Manuel Salcido Uzueta El Cochiloco, Jesús Labra. Toda una generación de traficantes que le dio un giro al negocio de las drogas ilegales.

De los tres capos, el primero en ser detenido a causa del asesinato de Enrique Camarena fue Rafael Caro Quintero, quien tenía 30 años de edad cuando lo encerraron. Nacido en La Noria, Badiraguato, Sinaloa, fue descrito por la prensa como “jefe de un ejército de narcotraficantes armados, que se calcula en un millar”, y dueño de decenas de inmuebles y empresas en Guadalajara, Zacatecas y Sonora. Luego de Caro Quintero, fue aprehendido en Puerto Vallarta, Jalisco, Ernesto Fonseca Carrillo, quien se escondía en la casa del director de seguridad pública de Ameca, Jalisco, Candelario Ramos. Según la PGR, durante su declaración, Fonseca Carrillo acusó a Caro Quintero de haber mandado secuestrar a Camarena para llegar a un acuerdo con la DEA, además de que había visto al policía estadounidense moribundo luego de haber sido golpeado por Caro Quintero.

El siguiente en la lista era Félix Gallardo.

Después de que éste llegó a Guadalajara, González Calderoni le envió al agente Héctor Sánchez Landa para negociar un encuentro, el cual se realizaría semanas más tarde en una casa que Calderoni rentaba por el campus principal de la Universidad de Guadalajara. Ese día, al llegar a la residencia, Calderoni abrió las puertas de la cochera para que entrara el capo en su automóvil. Un par de guacamayas cautivas en una jaula blanca estaban en el pórtico. Félix Gallardo se les quedó mirando. “¿Te gustan? Te las regalo”, le dijo González Calderoni. Dentro de la casa, el policía se comunicó a través de un teléfono satelital muy moderno para esos años, con un hombre de apellido Ayala, al parecer el agente de la DEA encargado de investigar el asesinato de Camarena. González Calderoni y Ayala bromearon sobre el hecho de que ambos estaban grabando mutuamente la conversación y luego empezaron a hablar sobre Félix Gallardo.

Al acabar la conversación telefónica con Ayala, González Calderoni, le dijo al capo: ¨Mira, con el que hablé es con quien llevó la investigación del caso donde se te menciona (Camarena). Esto es para llenar el requisito de joderte, pero no hay nada firme en tu contra, en el cambio de sexenio ayudaré a que te presentes”. La charla siguió sobre otros temas. Al salir, González Calderoni preguntó a qué sitio debía enviarle las guacamayas. Félix Gallardo le dio una dirección de la calle Cosmos, cerca de un conocido restaurante llamado Izao. Unos cuantos días después, las guacamayas de González Calderoni adornaban una de las residencias de Félix Gallardo.

Ésa no fue la única ocasión en que se vieron Miguel Félix Gallardo y Guillermo González Calderoni. Por lo menos lo hicieron de nuevo unas cinco veces más. En una de ellas, Félix Gallardo recuerda que le pidió al policía que tampoco molestara a René Calderón, hermano de Inés, un operador del Cártel de Sinaloa que había sido abatido por los hombres de González Calderoni durante un operativo en Culiacán. La relación se mantuvo, relata Félix Gallardo, hasta que González Calderoni fue cambiado a Monterrey. La despedida fue en la casa de Héctor Sánchez Landa.

De vez en cuando, Félix Gallardo y González Calderoni se comunicaban a través de un hombre identificado como Budy Ramos, a quien el policía le avisaba cuando quería hablar con el capo. Una vez avisado, éste lo llamaba desde otro teléfono. La dinámica se mantuvo así hasta el 8 de abril de 1989, cuando Félix Gallardo llegó a la casa de Budy Ramos y minutos después entraron los agentes Cipriano Martínez Novoa y Roberto Sánchez, junto con otros policías más que tumbaron al capo de un riflazo. La mayoría de los integrantes del grupo de policías que detuvo ese día a Félix Gallardo, conocían a éste desde 1971 porque habían trabajado juntos en la policía judicial de Sinaloa, donde Félix Gallardo se inició como escolta de los hijos del Gobernador Leopoldo Sánchez Celis.

González Calderoni entró minutos después de que sometieron a Félix Gallardo. Tirado en el suelo, el capo le soltó: “¿Qué pasó, Memo?”. La respuesta del policía fue: “No te conozco¨. Los policías subieron al capo a una camioneta Ichi Van y lo llevaron a una casa de espionaje que tenía González Calderoni. “Discúlpame, pero esto es una orden de México y tuve que cumplirla. No tienes problemas graves, vas a salir pronto de la cárcel, yo te voy a ayudar”, le dijo el policía, antes de hablar por teléfono con Javier Coello Trejo, quien acababa de ser nombrado por Carlos Salinas de Gortari como el titular de la Subprocuraduría General de Investigación y Lucha contra el Narcotráfico de la PGR. “Ya lo tengo”, le avisó escuetamente a su superior.

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Unos minutos después salieron todos al aeropuerto internacional de Guadalajara. La camioneta donde trasladaban a Félix Gallardo era escoltada por otros cinco vehículos. El Lear Jet en que volaron tenía rotulado el nombre de Petróleos Mexicanos. Durante el vuelo, el policía le pidió al capo que no dijera nada a Coello Trejo sobre la relación que ambos tenían. Al llegar al hangar de la PGR en la Ciudad de México, el comandante Manuel Pozos esperaba al detenido, junto con dos camionetas suburban retacadas de agentes, en las cuales se dirigieron a las oficinas de la PGR en la calle Soto. Al llegar, el propio comandante Pozos le quitó los calcetines a Félix Gallardo y bajó con él a unos separos del edificio.

Ahí los esperaba Coello Trejo.

Lo primero que le dijo el Jefe Antidrogas del gobierno de Carlos Salinas de Gortari fue: “Usted chingó a su madre, don Miguel. Ya está en mis manos. Cante todo su rollo por la buena o se lo saco a chingadazos. ¿A quiénes soborna?, ¿con quiénes trabaja?, ¿cuáles cantidades de dinero?, dígame todo o se va a arrepentir y de todas maneras me lo dirá”.

El capo respondió: “No tengo nada que decirle, confórmese con que ya me tiene aquí, ¿qué quiere que diga?, tengo años sin ver a nadie, pocas veces veo a mi familia, no he cometido ningún delito y si me prueban algo, pagaré con cárcel. Otra cosa: Me hubiera llamado y me hubiera presentado”.

Según Félix Gallardo, Coello Trejo reconoció después ante él: “No te agarramos nada, pero te voy a chingar”, y luego ordenó que lo sacaran de la sala donde estaban reunidos. El día entero, el capo dice que lo pasó bajo torturas, toques y tehuacanazos que recibía de pie o sentado, dependiendo del ánimo de sus torturadores. Manuel Pozos y Luis Manuel Palafox eran los agentes que encabezaban la sesión para conseguir declaraciones ministeriales que inventaban y querían que él ratificara y firmara. Félix Gallardo insiste en que Coello Trejo le dijo que lo vincularía en la muerte de Camarena, a pesar de que reconoció que él no estaba implicado.

Uno de los policías judiciales que custodiaba a Félix Gallardo, le aconsejó: “Tu no participaste, pero las presiones que tenemos son fuertes. Florentino Ventura ordenó al último que te inmiscuyera porque no te pudo probar nada. Te hizo famoso, ahora hay que hacer un teatro, declara cualquier cosa del pasado o invéntala, o te va a matar Coello Trejo. Caíste como anillo al dedo. Además, por patriotismo, colabora”.

Aunque parezca broma, el Agente del Ministerio Público encargado del caso de Félix Gallardo se llamaba Lino Corleoni. Los careos del capo con policías sinaloenses fueron maratónicos. Coello Trejo presenció personalmente uno con un agente de la Policía Federal de Caminos, apellidado Fernández Cadena, quien vivía en una casa propiedad de Félix Gallardo, en Sinaloa. Coello le gritó al Federal que había recibido un automóvil de parte de Félix Gallardo, luego metió a otros dos policías federales nacidos en Culiacán, Ramón Medina Carrillo y Hugo Palazuelos Soto, a que también participaran en la diligencia. Todos los federales declararon que Félix Gallardo les daba dinero para poder andar armado en la carretera México-Lechería, así como en La Marquesa, lugares que Félix Gallardo dice que nunca conoció. Las diligencias se sucedieron una tras otra. Delante de Félix Gallardo, además de policías, declaraban familiares, amigos y empleados de sus propiedades en Sinaloa y Jalisco. Andrés Herrero Cuamea, quien había sido el gerente de sus hoteles, estuvo un mes en la PGR, señalando todas las propiedades que tenía el capo. Coello Trejo insistía en cuestionar a Félix Gallardo sobre la relación de éste con un político sinaloense, del cual el capo no dice su nombre. “Coello quería hacer de un ratón un elefante”, resume Félix Gallardo sus recuerdos sobre esos días.

La noche previa a ser trasladado de los separos de la PGR al Reclusorio Sur de la Ciudad de México, Coello Trejo le dijo a Félix Gallardo que sería entrevistado por agentes de la DEA. Uno de ellos se presentó como Edward Heath. El capo les insistió que no tenía nada que ver con la muerte de Camarena. “Ustedes dijeron que había sido un loco, y yo no estoy loco, lamento profundamente la pérdida de su elemento”, afirmó. La conversación duró tan sólo unos minutos. No hubo un interrogatorio a fondo.

Lo llevaron de regreso a su separo y por la madrugada llegaron por él. Lo subieron a empellones a un coche y durante el trayecto pensó que lo matarían, ya que iba vendado, esposado y tirado en el suelo del coche, sintiendo arrancones y frenones intempestivos. Al amanecer entró finalmente a su nuevo hogar: el Reclusorio Sur, donde le quitaron la venda y lo sentaron. Cuando llegó a su celda en el área de máxima seguridad, se acostó y dice que durmió durante cuatro días seguidos.

Poco a poco se fue enterando de que la PGR le iba quitando casas, muebles, carros, joyas, dinero en bancos y ranchos, los cuales no se canalizaban institucionalmente, sino que Coello Trejo repartía entre sus allegados, como un botín, asegura en sus escritos. Un comandante llamado Guillermo Pérez le preguntó al encargado de una bodega gubernamental en Naucalpan cuál había sido el destino de las cosas de Félix Gallardo. “Mire, los mejores muebles de salas, cabeceras, escritorios, Coello los repartió. Ordenó que no se pusieran a disposición del juzgado. Ya no existe nada que valga la pena”.

Félix Gallardo recibió meses después la visita de Coello Trejo en el Reclusorio Sur. El subprocurador llegó acompañado por un fiscal de apellido Domínguez, el cual se encargaba de investigar el asesinato del periodista Manuel Buendía. “No tema don Miguel, vine a saludarlo”, le dijo Coello Trejo cuando apareció en la celda.

– ¿Cómo está?- preguntó después el policía.

– Bien… Oiga licenciado, cuando fui presentado ante usted, le dijeron Calderoni y el comandante Luis Soto Silva que me habían aprehendido y que no me habían agarrado nada. Usted reconoció también que no me habían agarrado nada. Le pregunto entonces por qué me consignó con cinco armas, y unos gramos de droga.

– Teníamos que consignarlo con algo, pero le prometo que va a salir pronto.

– También me dejó sin casa, muebles y carros, sin ranchos y hoteles.

– Se los voy a regresar. Vengo a pedirle que me apoye a investigar el caso Buendía. Usted sabe que es prioridad del gobierno.

– Mire, licenciado, no sé nada al respecto. Vivo encerrado en una celda. En tres meses no he tenido acceso a un teléfono…

– Le instalo uno, ayúdeme…

Pero Félix Gallardo afirma en sus memorias que rechazó involucrarse en el caso del periodista asesinado.

Con González Calderoni también volvería a toparse cara a cara.

El jefe policiaco acudió al Reclusorio Sur y a través de Amado Carrillo Fuentes, quien también estaba preso en esa época, logró que Félix Gallardo aceptara entrevistarse con él. “Amado Carrillo me pidió que bajara de mi celda a la sala de visita donde se encontraban y que por favor atendiera a Calderoni. No le pude negar el favor porque éramos buenos amigos. Bajé y el comandante Patiño nos prestó una sala íntima para que habláramos”, rememora Félix Gallardo.

– ¿Qué quieres traidor?- fue lo primero que le dijo el capo.

– Quiero tu amistad. Sé que te visita la Güera, esposa de Carlos Aguilar Garza. Ella fue mi amante y me sabe muchas cosas: tiene fotos y cintas que me comprometen y me ha visto aquí con todos. Temo lo publique, ya que ella tiene mucha amistad con la DEA. Te pido que no le platiques lo mío, y yo te ayudo en lo que me pidas.

– Ella viene a ver a su compadre Corso, mi coacusado, y de paso convive conmigo y anda con mi abogado Livas. Yo no le he hablado de ti… Sólo te digo que eres un traidor, cobarde y te recibí por Amado Carrillo. Tú y Coello me dejaron en la ruina, mi familia vive en casa rentada, tengo un hijo grave que necesita operación en Estados Unidos y no tengo con que pagarla.

– ¿Cuánto cuesta la operación?

– De 200 a 300 mil dólares.

– Te los presto y te voy ayudar a que te devuelvan las casas de tu familia, mamá y hermanos. Mándame a tu abogado con las escrituras, hablaré con Coello. La llevo bien con él y con todos. Pondré a Luis Soto Silva de Director de Intercepción y estaré en Cancún, en toda la frontera Sur. La DEA pondrá aviones con radares y cuando los mande a revisión mecánica, dejaré pasar a mis amigos. Yo estoy de acuerdo con mis superiores, y si quieres te puedo servir desde ahí, tú me dices.

– Estoy preso y no quiero involucrarme en nada.

Antes de irse, González Calderoni le dejó al capo una pluma Mont Blanc que debería ser llevada por el abogado de Félix Gallardo, cuando éste acudiera a tramitar la devolución de las propiedades. Pero Félix Gallardo decidió no enviarlo. Ya no confiaba en González Calderoni.

Al poco tiempo del encuentro, la mujer apodada la Güera, que sabía los secretos de González Calderoni, fue secuestrada al salir del Hospital Ángeles. Días después, su cadáver apareció en un baldío de Cuernavaca. El policía siguió yendo al Reclusorio a verse con Amado Carrillo, quien como amigo de Félix Gallardo le advirtió a éste: “Cuídate, te quiere matar Memo”.