Hay piezas en el Universo que no deben moverse. Piezas que funcionan como el engranaje del Uno con el todo y del todo con lo que sobró. Esa pequeña piedra que en su estructura sostiene el peso del agua y de la presa, o el copo de nieve que marca el inicio de la avalancha, o el árbol madre de los na´vi, en Avatar. La frágil mariposa cuyo aleteo puede desencadenar el fin del mundo.
En el complejo entramado cósmico que mantiene funcionando lo que existe, debemos reconocer la importancia de Chabelo como un axioma paradigmático. Existe la teoría de que Chabelo siempre ha estado ahí. Que es una especie de entidad milenaria que cada domingo pone a prueba la voluntad humana y nos permite catafixiar nuestro frágil destino.
Su voz de niño viejo me despierta cada domingo desde hace algún tiempo. No es que yo me levante a ver su programa como lo hacía en mis años infantiles. Más bien tengo una vecina que sobrepasa los 90 años y cada domingo por la mañana enciende su televisor y pone a Chabelo a todo volumen.
Hay domingos en los que, gracias a mi estado deplorable, he estado a punto de bajar la escalera que nos separa y pedirle a la señora que le baje a su escándalo. Sin embargo, he pensado que si fuera yo quien callara a la viejita, en ese momento yo me convertiría en la viejita de la casa. Por otro lado, ¿cómo impedirle a una señora de su edad ver a Chabelo y subirle a todo lo que da?
LEE LA COLUMNA ANTERIOR DE FERNANDO RIVERA CALDERÓN: YO, EL FANÁTICO
Un domingo que llegué muy temprano a mi casa, me sorprendió no escuchar la voz indescriptible de Chabelo en el televisor de la doña. No puedo negar que me preocupé por ella, por Chabelo, por el televisor incluso. Más tarde me enteré de que se la habían llevado al hospital de madrugada. Pasaron dos largas semanas sin Chabelo y sin mi vecina hasta que nuevamente la voz de Chabelo me anunció que la señora había decidido quedarse con su vida y no pasar –todavía—a la catafixia.
Ahora, cuando escucho a Chabelo por las mañanas del domingo, sé que la viejita está bien y que la vida continúa sin sobresaltos. De hecho, creo que empiezo a experimentar la misma sensación que mi vecina. Ver a Chabelo o, en mi caso, escucharlo se ha vuelto una especie de ritual, como ir a misa para algunas personas.
No es que uno sea fanático de los dulces, los juguetes, los concursos o los saludos a la República del Señor Aguilera. La función de Chabelo en el equilibrio cósmico más que mercadológica es metafísico-ontológica; si Chabelo está ahí, no sólo quiere decir que la viejita ha sobrevivido, ¡yo también! El Universo sigue su curso, el sol ha salido nuevamente, los pajarillos cantan, la luna ya se metió. No quiero imaginar el día en que Chabelo no esté ahí.