Este domingo, el IEDF instalará mesas para recibir la opinión de quienes viven alrededor de donde el gobierno de la ciudad busca construir el Corredor Cultural Chapultepec.
El asunto tiene más de una arista y debe ser visto como mucho más que construirlo o no.
En primer lugar, es indispensable ver las condiciones en las que está esa avenida, desde la Glorieta de Insurgentes y hasta el Bosque: saturada para los autos, intransitable para peatones e inhóspita para ciclistas, en suma, urge hacer algo al respecto.
Las autoridades consultarán a vecinos en lo que es un acierto parcial. Bien por la consulta en sí, mal por no incluir a los miles de usuarios del Cetram que padecen hoy –y todos los días– sus condiciones; muy bien por establecer como vinculatorio el resultado, muy mal por no tener claridad respecto al diseño de ciudad que se quiere.
El corredor no se ve, por ahora, como parte de un plan integral de reinvención del D.F.
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Como ciudadano veo la necesidad de participar en este proceso, de entender las posturas a favor y en contra; sobre todo, de crear una opinión con base en hechos y datos, no en consignas, y menos ser parte de la batalla entre partidos políticos.
Este jueves, promotores y detractores se verán en un debate organizado también por el IEDF. Hablarán de bondades y males, se acusarán de ser rehenes de grupos, y difícilmente aportarán elementos que permitan decidir a quienes aún no lo han hecho.
Pero tienen una obligación ellos y los ciudadanos: aceptar el resultado de la consulta. Cuando se toman decisiones en democracia, es indispensable asumir la posibilidad de que la mayoría no coincida con uno mismo.
El proyecto podría ser mejor, pero no hacer nada y dejar las cosas como están no puede ser alternativa.