Para Leo Agusto
Hace mucho tiempo, en una galaxia muy, muy lejana…
La República Galáctica está sumida en el caos. Los impuestos se han salido de control y los sistemas estelares están en disputa por la codiciosa estrategia de la Federación de Comercio.
Mientras el Congreso de la República debate intermitentemente esta alarmante cadena de acontecimientos, el Canciller Supremo ha reunido a sus más cercanos colaboradores y aliados para congratularse de los sucesos y reconocer a sus caballeros O’Jetis más importantes…
El Palacio Real de los Mirmidones está de manteles largos: no hay lujo igual, nada de andarse con economías porque gracias al plan maestro, la nueva Era será de total abundancia. Diplomáticos, largas velas, artistas y poetas, fuentes de plata y argenta, exquisitos manjares traídos de toda la galaxia, se dan lugar en esta máxima festividad.
En la mesa de honor departirán con el Canciller Supremo y su hermosa y agraciada doncella del planeta de Pieria, el Adalid Soberano de la recámara de los Comunes, el Paladín Preclaro de la recámara de los Seniles, el autor intelectual del movimiento, Jefe Máximo de la negra Federación de Comercio, Don Venus Carren, con su pareja Doña Laurelia, y el autor material del plan, Plenipotenciario Regente de la República Galáctica, Don Obrego, acompañado de su noble esposa, Virgenia.
Impresionada por la suntuosidad de la cubertería y la vajilla, doña Virgenia instruye a su marido Obrego, que se embolse uno de los pomposos servilleteros individuales, fabricados en oro sólido y bordeados con gemas preciosas. Debe valer una millonada, le dice. Y aquel Plenipotenciario Regente, ni presto ni perezoso, guarda de inmediato en su pantalón la dichosa joya.
Todo aquel movimiento de sustracción, lo atestiguan Don Venus y Doña Laurelia, y aquella última, no queriendo quedarse atrás, pide a su marido que haga lo mismo.
—Olvídalo Laurelia —le responde con voz cortante—. Con lo que he ganado, podemos comprar miles.
—¡Venus! —le reclama como pocas veces. —No me iré de esta fiesta sin tener lo mismo que la arpía de Virgenia…
—Lo que digas —le contesta esperando evitarse un bochornoso incidente. Conoce bien a su mujer y sabe que nada bueno vendrá si no hace lo que le pide. Por ello, con mucho nervio, Venus se dispone a robar el objeto pero su conciencia le traiciona y le tiembla la mano en el último momento y toca la copa con el servilletero: “clin, clin, clin”. En el salón se hace un silencio absoluto y Venus, para salir del paso, se levanta y alza la copa:
—Brindo por su majestad, el Canciller Supremo y su gran visión para cambiar la galaxia.
En respuesta, todos los presentes hacen lo propio y brindan, y ante el evidente alivio de Venus, continúa la fiesta sin mayores asuntos.
—Eres un idiota —le reclama su mujer—. O te llevas ese servilletero o les cuento a todos aquel asunto de… ¡sabes que te arrepentirás de por vida!— le sentencia.
Una vez más, Venus, se dispone a llevarse el servilletero y sus nervios otra vez, le traicionan y vuelve a golpear la copa: “clin, clin, clin…”
De nuevo se hace un silencio sepulcral por lo que de inmediato se pone de pie y viendo la cara furiosa de su mujer, dice en voz alta:
—Para celebrar, les haré un truco de magia: miren bien este hermoso servilletero. Lo desapareceré en un santiamén— expresa ante las atónitas miradas de todos. Entonces lo guarda en su bolsillo y luego agrega: — “Chin-pun-pan-tortillas-papas, Regente Obrego, ¡ya está en la bolsa de su pantalón!”
Cualquier parecido con la realidad política actual, es mera coincidencia, pues éste es tan solo otro chiste más del dominio público —con mi aderezo literario y de perspectiva— que plasmo en este espacio.
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(J. S. ZOLLIKER / @zolliker)