El domingo estuve en La Villa para echarle un vistazo a la basílica que diseñó el insigne y nacional Pedro Ramírez Vázquez en los años setenta, pero a la mera hora tuve que conformarme con asomarme por afuera de puntitas porque había muchísima gente: de Atotonilco, “de allá de por San Felipe, haga de cuenta rumbo a Morelia”, de un montón de lados. Borbotones de gente adentro y también afuera, como todos los días. En su mayoría mexicanos humildes, sin sillas, a veces con estandartes con el arcángel San Miguel o la propia guadalupana, preparando tacos en familia bajo el terrible sol del altiplano mientras observan a los que bailan dulcemente, como acariciando el piso. Asimismo visité el elegante Templo del Pocito y subí al Tepeyac a mirar los ángeles de mármol del XIX en el exterior de la Iglesia del Cerrito. Y vi la Capilla de Indios y el templo expiatorio y el de las Capuchinas y tomé fotos que estoy por subir a Instagram. Lamentablemente el cementerio estaba cerrado.
Entonces me acordé de las otras tres vírgenes más famosas de la capital mexicana, de las que no se habla ni escribe tanto como de la Virgen de Guadalupe, las tres protectoras restantes, las vírgenes baluarte que no están en La Villa y que al parecer perdieron su silla. En el siglo XVII el jesuita Francisco de Florencia escribió sobre estas devociones: “La Ciudad de México se halla favorecida de María Santísima con cuatro santuarios suyos que la rodean, por el norte el de Guadalupe, por el poniente el de los Remedios (…), por el medio día el de La Piedad y por el oriente el de la Bala”.
¿En dónde quedaron esas vírgenes?, ¿qué fue de sus santuarios?
Comencemos por relatar la historia de la Virgen de los Remedios, ni más ni menos que la primera imagen religiosa de España que hubo en Tenochtitlan. La colocó un tal Juan Rodríguez de Villafuerte en el adoratorio de Huitzilopochtli, en el Templo Mayor, algunas semanas antes de la Noche Triste. Hoy esta talla estofada del siglo XV que mide 26 centímetros es venerada en la Basílica de los Remedios en Naucalpan. Durante la época virreinal los fieles recurrían a ella, especialmente el primero de septiembre, para pedir protección en caso de temblores, inundaciones y epidemias. Sobre este tema recomiendo conseguir el libro del padre Francisco Miranda Godínez que se titula Dos cultos fundantes: Los Remedios y Guadalupe (1521-1649) (El Colegio de Michoacán, 2001).
De igual manera podemos hablar de la Virgen de la Piedad que fray Cristóbal Ortega trajo de Roma a principios del XVII para colocarla en un convento dominico en el islote de Ahuehuetla, zona que actualmente llamamos colonia Piedad Narvarte. No persiste casi nada de dicha población ni del espléndido santuario de La Piedad, salvo la imagen en el nuevo templo modernista que se construyó en la esquina de Enrique Rébsamen y Obrero Mundial en los años cuarenta y cincuenta y los bellos altares secundarios que por fortuna subsisten en San Diego Churubusco.
La virgen protectora del oriente es mi favorita, tanto por el nombre como por su actual resurgimiento. Se trata de una Virgen de la Concepción que en el XVII –siglo de vírgenes como aquí hemos visto– protegió a una mujer de un balazo y que pasó temporadas en las iglesias de San Lázaro y de Jesús Nazareno, ambas en el Centro y vinculadas con la lepra. Hoy –cómo cambian las prioridades– a la Virgen de la Bala se le relaciona con la maternidad e incluso con el trabajo de los policías. Esta imagen de 30 centímetros está en el Santuario de la Cuevita, en Iztapalapa, y sigue en espera de un santuario propio. Acá el experto es Naín Alejandro Ruiz Jaramillo, que hasta una página web le dedicó:
https://www.actiweb.es/virgendelabala/
Mientras tanto, la Virgen de Guadalupe sigue encantada con los millones de personas que la visitan todo el tiempo. Que aproveche ahora que puede. Ya se ve que el tiempo es capaz de decrecer cualquier devoción sin remedio ni piedad y hasta de una bala si se le da la gana.
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