Hay quienes no lo creen, pero México es un país de personas “bien”, que importan, son pocos y están procurados; luego están los jodidos, los que no importan. Silvia Reyes es de las mujeres jodidas de este país, es una madre pobre y una persona que no importa.
Según ella, su hijo enfermó desde hace meses. Pobre mujer, no tenía dónde curarlo, ni celular para llamarle al amigo influyente que le consiguiera atención preferencial en algún buen hospital público, sin dinero para un hospital privado, no lleva apellido rimbombante, ni es parte de familia o grupo político privilegiado en México. Es una madre pobre.
Su hijo, según su versión, murió el domingo por la madrugada. A las dos horas de haber empezado ese triste día. Murió lejos, muy lejos de Puebla, de donde es. Murió en la CDMX.
Si ustedes han viajado entre Puebla y la CDMX con facilidad y comodidad, es porque seguro lo han hecho en un placentero asiento de autobús o escuchando su música favorita mientras manejan un auto. Para una madre pobre como Silvia, esos medios para llegar a Puebla son inalcanzables. Enterrar a su hijo en Puebla, cerca de sus raíces, fue indiscutible. La tierra donde nacimos siempre nos jala, nos arrastra hacia ella. No importa dónde estemos, nuestra tierra, esa sobre la que cayeron nuestras primeras lágrimas y sangre, nos imanta con la fuerza de las raíces. Con poco dinero, sin medios para enterrarlo en la CDMX, Silvia decide viajar con el cadáver de Miguel en un autobús de pasajeros.
No puedo imaginar el dolor que siente una madre que lleva cargando de un lugar a otro el cadáver del hijo que vio morir. No puedo imaginarlo, ni yo ni nadie que no sea madre puede hacerlo. Es una imaginación que solo les pertenece a ellas.
No sabemos si Silvia miente. Por lo pronto, elementos de la Policía Auxiliar la detuvieron en la TAPO, la terminal desde donde parten los autobuses rumbo a Puebla. Silvia fue revisada y le encontraron entre brazos a su hijo muerto, envuelto en plástico y cobijas. Silvia en ningún momento lo soltó. Las fotos la muestran cargándolo como una madre carga a su hijo: con amor, con cuidado, como si estuviera vivo. La Procuraduría capitalina la está investigando.
Una mujer pobre como millones que ven morir a sus hijos sin que nadie haga algo por evitarlo. Han de ser pobres porque algunos decidieron que así deberán seguir por el resto de sus jodidas vidas. Hasta que mueran y dejen de ser un negocio para el Estado mexicano. Negocio porque programas sociales van y vienen; miles de millones van y vienen en nombre de Silvia y Miguel; porque es un negocio que no termina, porque a nadie le conviene que la pobreza termine; a nadie le conviene que ya no existan presupuestos “para combatirla”; a ninguno de los corruptos que nos gobiernan le conviene que se cierre esa llave eterna para sus bolsas y cuentas bancarias.
Mientras, una mujer decidió cargar entre sus brazos el cadáver de su hijo, abrazarlo entre los pasajeros de un autobús rumbo a Puebla. Es para lo que le alcanzó a esta mujer pobre que hoy está detenida.