Necios que gobiernan para perpetuar la violencia. Necios que no les queda otra que perseguir la pesadilla americana. Necios que ven el infierno arder.
Me atrevo a decir que los chilangos somos iguales o peores que Donald Trump. En esta CDMX, los migrantes se adentran, sin desearlo y sin buscarlo, a un infierno al que, mejor dicho, son obligados a entrar para ser prostituidos, para extorsionarlos, secuestrarlos, robarles, golpearles. Pocos sobreviven a esta aduana infernal chilanga. Por las vías del tren, por las centrales camioneras, por caminos largos y polvosos, entran miles de migrantes de Centro y Sudamérica, pero también paisanos de estados pobres de México que cruzan la CDMX ya sea por la ruta de la Bestia, el tren de la muerte de migrantes, o por las rutas de los polleros que los transportan en tráilers en donde suelen morir de asfixia.
En 2017, fueron 231 los oficialmente muertos en la frontera entre el infierno de EUA y el de México. Son los “oficiales”, insisto, porque hay una enorme cifra negra de muertes y delitos no denunciados. Luego vendrán las fosas clandestinas que ilustren nuestro infernal desprecio hacia los migrantes y la impunidad que nos caracteriza. Hubo 140 mil detenidos por autoridades de ambos países, pero no sabemos cuántos siguen, mientras lees esto, en las garras del crimen organizado mexicano y chilango.
A todos ellos, inmigrantes como los que conformaron el viacrucis migrante que tanto demonizó Trump, el destino les tiene deparado la aduana infernal chilanga que los discrimina y asola. Me atrevo a decir que somos iguales o peores que los gringos que les disparan en la frontera como si fueran carne de cacería. Migrantes igual de despreciados por la policía chilanga que por las autoridades migratorias mexicanas, que se parecen tanto al odioso aniquilante sheriff Joe Arpaio. Solemos ser peores que la descarnada migra gringa que separa familias de migrantes detenidos, igual de crueles que la migra que destruye familias cuando las tortura.
Hay resabios de bondad, sí. Ahí están las casas que los alimentan, que los cuidan, que los acompañan. Pero son el David que aún no vence a Goliat.
Así somos en la CDMX, punto geográfico que ha obligado a miles de migrantes durante décadas a cruzarla en viacrucis rumbo al sueño (hoy pesadilla) americano. Según la Organización Internacional de Migrantes son más los centroamericanos que mueren.
Y los chilangos callados, indiferentes, no decimos ni pío. Hacemos como que no ocurre, como que no vemos. Pasamos de largo. Ni nos inmutamos. Frente a nuestros barrios, vemos cómo los maltratan las fuerzas del orden. En la colonia de junto los tienen hacinados, los explotan sexualmente y les tapamos los ojos a nuestros hijos, nos cambiamos de banqueta azorados para no ver ese asco. Luego los encontramos en narcofosas y ni un Ave María les dedicamos. ¿Son basura, son lumpen, son nadie? ¿Merecen eso? ¿No será que el siguiente sea uno? ¿No merecen que los abracemos y construyamos con ellos la identidad migrante que al final hemos sido todos?
Así es la vanguardista CDMX. Las autoridades (por decir algo) desdeñaron el tema, no pudieron controlarlo, detener el abuso y apagar el infierno. Las llamas siguen ardiendo alimentadas por la carne migrante. Los chilangos nomás “milando”.