Ciudad de necios | Ciudad discapacitada

Opinión

Necios que construyen para ellos las ciudades. Y luego esas ciudades los traicionarán.

Las ciudades se construyen para que las personas con discapacidad (PCD) se adapten a ellas. Es absurdo. La construcción de las ciudades debería adaptarse a las PCD y no al revés. Pero no, el mundo da pasos lentos hacia ese horizonte. México avanza también lento y mal.

Millones de chilangos despiertan todos los días y hacen su rutina automáticamente: orinan, se bañan, desayunan (si les da tiempo), caminan a la parada, van en el camión de pie o sentados, transbordan a otro transporte, suben y bajan escaleras de alguna estación de Metro o puente peatonal. El tiempo para llegar a sus trabajos o escuelas lo miden en función de los pasos que dan, de las horas que pasan parados en el camión y del lapso que duran los transbordos. Para las PCD la vida no es así de sencilla y automática. Al contrario.

Pensemos en una PCD. En alguien en silla de ruedas, por ejemplo. Esas personas raras que de los pasajeros en el Metro reciben miradas incómodas por lo estorboso de ir junto a una silla de ruedas. ¡Que se queden en sus casas y no salgan! ¡Si ni pueden caminar! El transporte público chilango, salvo poquísimas (en serio poquísimas) excepciones, es un infierno para las PCD. Pensemos en lo que pocos se han detenido a reflexionar: ¿alguien por aquí ha visto operar correctamente los elevadores para acceder o salir de las estaciones del Metro? ¡Nadie! Una persona en silla de ruedas tiene que esperar durante varias horas para que alguien le haga caso y active el elevador, si es que este sirve.

Hay estudiantes con discapacidad que dejan de tomar agua, se deshidratan, para no tener que realizar la odisea de ir a un baño escolar o público que se construyó sin pensar en ellos. Ya no digamos si esa PCD necesita la ayuda de alguien más al momento de orinar, en algunos casos se requiere de una grúa carísima que es impensable instalar en algún sanitario escolar en México y que solo los ricos pueden pagar para sus casas. ¿En serio estamos obligando a que alguien deje de tomar agua para que no orine, porque nadie construyó un baño pensando en él? Pues eso pasa en CDMX.

¿Te imaginas que eso te ocurriera a ti? Pues vete imaginándolo porque lo que pocos chilangos saben es que es muy probable que seamos personas con discapacidad hoy, mañana o en unos años. ¿Como consecuencia de algún accidente? Sí, claro, pero también por alguna enfermedad inesperada o simple y sencillamente por la vejez.

La factura que se pagará entonces será altísima, y se pagará con creces por no construir una ciudad que se adapte a las PCD, que de alguna manera somos todos, o seremos todos.

Un día me amarré a una silla de ruedas. Fue por el rumbo oriente y me hice acompañar de personas con discapacidad: un niño, un joven y un anciano, y rolamos por calles de Iztapalapa. Si el dominio de la técnica para andar en silla de ruedas es difícil per se, súmenle que las banquetas no eran planas, sino que estaban destruidas y llenas de hoyos… en los casos en que había banquetas. Aquello era como un círculo del infierno dantesco. Como si ser PCD en esta CDMX fuera una condena, un delito, una pena que pagar. Si las ciudades no se adaptan a las PCD, los chilangos tampoco nos adaptamos a ese grupo vulnerable. Que ellos se adapten, piensa la mayoría, “ellos son los chuecos, no yo”. Es todavía peor: el automovilista no cede el paso, la PCD se tiene que adaptar al automovilista; el semáforo no es para ciegos; el microbusero no se adapta a tu necesidad de transporte, la PCD debe rezar para que el camión pare, no lo atropelle y, si quiere abordarlo, rezar de nuevo para que el camión tenga rampa y, si la tiene, que sirva. Ya estuvo bueno, ¿no?