Recientemente llegó a mis manos el libro Sin Límite, Arte Contemporáneo en la ciudad de México 2000-2010. El libro está formado por el archivo personal del periodista Edgar Alejandro Hernández, que durante la década pasada se dedicó a registrar cientos de obras y acciones callejeras que tuvieron lugar en la ciudad de México, piezas que transgredieron lugares confinados, como museos y galerías, y que se desplazaron a los espacios públicos.
El libro, de 400 páginas, es un registro de la vitalidad artística de la ciudad, asunto en el que he estado machacón las últimas semanas. La investigación es muy incluyente y junta en el mismo tomo a artistas muy conocidos y artistas muy jóvenes, acciones chafas con grandes gestos; pero el libro quiere ser más bien un documento antes que una biblia que reparte fortunas críticas. Si acaso, el único señalamiento crítico que hace Edgar Hernández es sobre la ceguera de estos artistas de la ciudad, ante las violentas condiciones del resto del país.
“No es exagerado decir” –escribe el crítico y curador Cuauhtémoc Medina– “que lo especial del siglo XXI para el arte contemporáneo local fue la sensación de una aldea boyante; la experiencia donde la masa crítica de artista, agentes e iniciativas tanto independientes como institucionales, se agolpaban bajo el estado de gracia de no sospechar, todavía, que habrían de convertirse en una forma cultural establecida que requería operar frente a un público en general.
Casi todas las piezas fueron efímeras. (cosa que a Medina, por ejemplo, le parece una virtud enorme, sobre todo frente a la cantidad de esperpentos que plagan las calles de la ciudad de México: estatuas de Benito Juárez, monumentos al camarón, bustos de cantantes).
Pero de las intervenciones que quedaron, quiero llamar la atención sobre Xipe Tótec, una instalación lumínica sobre el centro cultural Tlatelolco. Xipe Tótec es un dios azteca que se quitó la piel para alimentar a la ciudad.
Si usted ha llegado en el avión de la noche a la ciudad de México, seguro ha visto ese faro de luz roja y azul que se para en el lado norte de la ciudad. Es una “piel” lumínica que el artista Tomas Glassford puso encima del antiguo edificio de Relaciones Exteriores. Vista de cerca, si funciona como un faro que ilumina una zona de la colonia Guerrero. Es una metáfora de la nueva piel con la que se ha revestido este centro cultural.
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(GUILLERMO OSORNO / @guillermosorno)