Hace algunos años la gente se vestía para enfrentar el clima inclemente. Si llovía bastaba un paraguas pequeño, y si hacía frío una chaqueta era suficiente.
Para salir a la calle hoy nos disfrazamos con capas misteriosas de ropa rematadas con accesorios: en Monterrey, Hermosillo y Chihuahua, sacos de pluma de ganso y gorros de flis.
En Guadalajara y DF, abrigos y guantes; en la calurosa Mérida, chalecos y rompevientos.
En 2013 el clima enloqueció y nos hizo enloquecer: calores intensos, lluvias caudalosas y fríos inmemoriales. Sudamos, tiritamos y nos secamos bajo la misma pregunta omnipresente: ¿cómo amanecerá mañana?
El clima extremo en México depuró el ejercicio de organizar el armario para elegir en un tiempo récord la ropa adecuada para forrarte como santo en Semana Santa o despojarte de prendas de acuerdo con la espesura del cielo.
También acentuó la sensación de que habitamos un país Kafkiano: para aliviar el frío debes abandonar tu casa a toda prisa.
En el México surrealista, los huesos se entumecen más bajo techo que fuera. Nuestras casas son congeladoras comparadas con el refugio tibio de la intemperie.
El último año, la lluvia, el frío y el calor se atropellaron como tres vecinos que intentan cruzar el umbral de una puerta al mismo tiempo –lunes de frío paralizante, martes tibio, miércoles caluroso, jueves de viento, viernes de lluvia– y lo variable y extremo del clima detonó una cantidad escalofriante de enfermedades –niños y adultos con tos, con gripa, o con ambas cosas; bebés y viejos con influenza o neumonía–y despertó resentimientos insospechados:
¿Por qué los arquitectos son incapaces de construir edificios cálidos? ¿En qué balsa me trepo para atravesar mi calle inundada? ¿Dónde empieza la fila de enfermos en la clínica del IMSS?
Un clima de locos es escenario ideal para lo mejor del eufemismo burocrático: La ciudad de México no se inunda, decretó el 9 de septiembre la Secretaría de Seguridad Pública, que interpretó la extraordinaria acumulación de lluvia como “encaramientos de 300 metros en avenidas de la delegación Iztapalapa”.
Las tormentas y el frío intenso son recordatorios de la fragilidad humana y la fuerza de la naturaleza –más de un centenar de muertos y miles de damnificados en un año– y de que la falta de previsión entra en el estado de cosas que no cambian a pesar del tiempo: en México, un país asediado por huracanes, existen alrededor de 60 meteorólogos (1 por cada 2 millones) dedicados a leer el cielo y las nubes para anticipar la llegada del siguiente ciclón, otra tormenta, un nuevo frente frío.
Ayer jueves el clima no renunció a la locura: La ciudad de México amaneció a 3 grados y a las 8 de la mañana la sensación era de 2 grados bajo cero. En Coyoacán los niños parecían muñequitos de nieve con sus gorras, sus chamarras y guantes gordos. Dos perros con suéter miraban al cielo en la plaza de Coyoacán.
Parecían preguntar: ¿Cómo amanecerá mañana?
(Wilbert Torre / @wilberttorre)