El escritor norteamericano Kurt Vonnegut, una de las figuras de la contracultura más importantes durante la segunda mitad del siglo XX, era un invitado asiduo a las ceremonias de graduación en distintas universidades de su país. Uno de los puntos que Vonnegut –un ferviente ateo, admirador de la palabra de Jesús–, repetía una y otra vez ante los jóvenes que estaban por ser lanzados al mundo real era la necesidad de elevar los estándares morales del ciudadano promedio en la búsqueda de establecer comunidades justas y armoniosas para poder así exigir una actitud similar a los gobiernos que los representan. Decía Vonnegut que, absurda y asombrosamente, la gran mayoría de las grandes potencias mundiales seguía rigiendo su política exterior e interior en base a una ley con más de tres mil años de antigüedad: el Código de Hammurabi.
El conjunto de leyes creado por Hammurabi, Rey de Babilonia, tenía como uno de sus ejes centrales la Ley del Talión (el famoso ojo por ojo, diente por diente). Es muy sencillo comprobar la hipótesis de Vonnegut con tan solo echar un veloz vistazo a los diarios en una fecha cualquiera. Los partidos políticos de uno y otro color deciden soslayar los rampantes actos de corrupción en los que incurren miembros de otros partidos con tal de que los suyos merezcan el mismo trato. Los panistas y perredistas, por ejemplo, son un caso paradigmático de este asunto. Mientras fueron partidos de oposición esgrimieron la pulcritud moral de sus acciones como una de las banderas sobre las que descansaba la esencia de sus partidos. Su paso por el poder bastó para develar la verdadera naturaleza de su “alta moral” y hoy en día son incapaces de exigir que se llame a cuenta a los Marín, Herrera, Moreira, Romero Deschamps y compañía, entre otras cosas, porque ellos tienen a sus Larrazabal, Villareal, Bribiezca, Bejarano, Toledo, etcétera.
El asunto se vuelve aún más grave en tanto que dicha corrupción endémica se transmite a la idiosincrasia del ciudadano promedio que, desmoralizado, sin tener opciones de representación política honestas, se convence de que la tranza, el abuso y el atropello son las únicas vías para sobrevivir la anarquía en la que se encuentra sumida buena parte del territorio nacional. La transformación social pasa por la ruptura de dicha cadena de corrupción e impunidad. Y es difícil pensar que este punto de inflexión puede provenir de las cúpulas de poder. Sólo le queda a los ciudadanos devolver honestidad, generosidad, sentido de comunidad y tolerancia, a los abyectos estímulos que recibe, para aspirar a un muy necesario cambio de rumbo.
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