En los 60, un químico búlgaro se preguntó cómo es que la marihuana “te pone”. Era curioso, pues la bioquímica y el funcionamiento de muchas otras drogas estaba ya estudiado —cocaína, opio—, y se sabía cómo y por qué. El científico, conocido como el padre de la marihuana, mapea la estructura química de la cannabis y se dedica a entender la interacción de la planta con nuestro cuerpo. Todo ello concluyó en saber que los humanos tenemos nuestras propias moléculas receptoras cannabinoides e incluso llaman a la primera de ellas científicamente observada anandamida, del término sánscrito “gozo total”. Ahí fue cuando se comienza a deducir que aquella molécula jugaba un rol importante en las emociones humanas.
¿Y comer cannabis? En gustos se rompen géneros. Espolvoreada sobre donas, mezclada en cocteles sofisticados, infusionada en aceite de oliva o sustituyendo hojas de salvia en una pasta, la marihuana llegó a la cocina para quedarse. Sí, ya sé que los brownies con mota los comimos todos hace décadas, pero lo cierto es que hoy no solo parecen viejos, sino que tres de cada cuatro chefs norteamericanos, por ejemplo, opinan que la comida con cannabis es la tendencia de los siguientes años.
Llama la atención, pues
es hablar de los efectos de la comida y no los sabores de ella, pero hoy,
cafeterías de moda en países donde se permite ofrecen capuchinos llenos de
espuma y con infusión de CBD, y los bares incluyen cocteles poderosos en su
oferta de mixología.
Yo soy una chica que bebe martini. Y pienso, si el vermouth, que viene del vino
y decenas de semillas, raíces y hierbas, tuviese alguna infusión de marihuana,
¿me provocaría la misma felicidad?
Por favor, no nos incendiemos; no solamente no todos deben pensar como yo —vengo de una familia abierta y cercana al tema, así crecí y no nos ha pasado nada—, sino que deben medirse los riesgos. Ni es para todos los gustos, ni para todas las edades, y mucho menos convierte un platillo en bueno o a un cocinero en serio.
Aprendo que cocineros utilizan la cannabis como un potenciador de sabores, será que le gana mercado al glutamato monosódico presentísimo en muchas cocinas —y que percibo y detesto—. Ojalá.
Ya sé de pan de muerto con cannabis para noviembre y de un club de negronis felices en mi cuidad. Abre tu corazón, diría mi padre.