¿Soy yo o los discursos de boda son cada vez más comunes? La tradición, se sabe, es gringa, e implica un alud de horripilantes lugares comunes, con buena carga de lágrimas furtivas, expresados por el mejor amigo, la bridesmaid, la hermana o el papá. En sólo un mes me ha tocado ser el amigo que da el discurso en dos ocasiones. Ser escritor es la única credencial que justifica esta recurrencia, como si escribir fuera lo mismo que hablar en público (y es todo lo contrario: escribo para que otros me lean y para no tener que leerme a mí). Mi paupérrimo desempeño me dejó algunas lecciones que quiero compartir, en caso de que a ustedes también les toque hablar de intimidades frente a una multitud, mientras sueltan uno que otro chiste bobo y hacen todo lo posible para que el micrófono no tiemble entre sus manos.
1. Sean breves. Por favor, sean breves. Imaginen una de esas muchísimas bodas a las que han ido donde apenas si conocen a los novios. Ahora imaginen una hora y media de escuchar anécdotas personales de gente que jamás han visto en su vida. Lo que me lleva al siguiente punto:
2. No aludan a la vida privada. Si lo que quieren es enaltecer el cariño de los novios con una anécdota compartida, vayan y díganselo en privado. Lo mismo si el propósito es sacar netas. La idea es que todos entiendan de qué estás hablando y, por ende, cualquier discurso que empiece con un “¿te acuerdas de esa vez que fuimos a Cholula a los ocho años?” no puede acabar bien. Honren a los novios, pero también respeten a los que no los conocen.
3. Sepan cuándo ser graciosos. Una boda no es un sketch de comedia. Y, seamos francos, es poco probable que ustedes sean Louis C.K.. Los chistes deben ser suficientemente generales para que los entienda el resto de la concurrencia. Los discursos no son oportunidades para que ustedes se luzcan sino para darle gusto a la pareja.
4. Si no son graciosos, acepten que el humor no es lo suyo y escriban un discurso breve y elegante.
5. Eviten la cursilería. Todos sabemos que el amor mueve montañas. Que nadie nunca jamás ha estado más enamorado que la pareja que hoy se casa. Que la paciencia, el respeto y la fidelidad son valores cruciales. Intenten ser originales. Aunque sea tantito. ¿Cuál es el mejor antídoto contra la cursilería? La especificidad. No recurren a términos vagos (“el apoyo que da amor siempre está en los sonrisas luminosas de las que me percato al verlos tan felices”). Sean concisos.
6. Se vale robar. ¿No se les ocurre nada lindo que decir? Ahí está google. Y ahí están todos los poetas que sí saben qué decir. Roben una frase o un verso que los convenza. Les aseguro que Neruda hablaba más bonito que ustedes.
7. No sean flojos y escriban lo que van a decir. Hay muy pocos maestros de la improvisación. Se necesita de experiencia y muchas tablas para poder hablar, sin guión, y darse a entender sin divagar. ¡Por lo menos lleven notas!
8. Pongan el micrófono cerca de su boca. Nada peor que un discurso inaudible.
9. Y –una vez más- sean breves. Por el amor de Dios sean breves. Piensen que queremos escuchar música, bailar y beber. Escucharlos lloriquear mientras hablan del amor como Corín Tellado es verdaderamente triste.
(DANIEL KRAUZE / @dkrauze156)