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Pienso en los hombres de Tenochtitlan con los cabellos largos y atados de varios modos, vestidos con mantas de algodón como sábanas y los talones adornados. Las mujeres usarían camisas sin mangas, largas y anchas, llenas de labores muy lindas. Estas imágenes se las debo al conquistador anónimo, de quien, sin embargo, no me fío demasiado, pues al final de su relato describe a “todos los de esta provincia de la Nueva España” como “comúnmente sodomitas” y que “beben sin medida”.
Si se desea una idea más exacta sobre los tenochcas y su ciudad, mejor propongo consultar la crónica Bernal Díaz del Castillo o las obras de Bernardino de Sahagún y por supuesto las cartas de relación del propio Hernán Cortés. Por él nos enteramos de que Tenochtitlan era “tan grande como Sevilla y Córdoba” y que “son las calles de ella, digo las principales, muy anchas y muy derechas”. Cuando era niño mi mamá me leía estos pasajes y yo pensaba que se trataba de cuentos; tal vez le sucedía lo mismo a Carlos V.
Otro documento valioso es el plano reconstructivo de Alfonso Caso, gracias al cual se cree que la Casa de las Fieras de Moctezuma II estuvo en el terreno en el que hoy se levanta la Torre Latinoamericana y que el templo dedicado a Cihuacóatl y Quetzalcóatl fue reemplazado por el Antiguo Palacio del Ayuntamiento. También emociona descubrir que los centros ceremoniales y administrativos de los cuatro calpultin principales de Tenochtitlan pueden identificarse sin mayor problema: el Hospital Juárez en el caso de Teopan (la primera zona del islote que se pobló), la iglesia de Santa María la Redonda en Cuepopan, la Plaza de San Juan en Moyotla y la iglesia de San Sebastián Mártir (una de las más antiguas) en Atzacoalco.
En el mismo mapa vemos que Cuauhtémoc tenía su palacio en las actuales Donceles y Bolívar. Para saber cómo pudo lucir la capital imperial de Anáhuac, que desapareció del todo, excepto por algunos aspectos de su traza, hay que considerar las setenta y tantas acequias que atravesaban el islote comprendido entre Leona Vicario, República de Costa Rica, República de Uruguay y Allende. Los rastros de estos caminos de agua pueden apreciarse en la esquina de Corregidora y Roldán, por ejemplo, o a lo largo de República de Perú.
Conviene caminar por las calles del Centro Histórico de manera que podamos imaginar la populosa ciudad de los mexicas, en donde se calcula que había cerca de 300 mil habitantes, los cuales vivirían en “masas cúbicas”, según Alfonso Reyes, con granero, baño de vapor y jardines en los pisos altos, techos ligeramente cónicos y patios empedrados, si atendemos a otros autores. Aquella ciudad pulcra y de calles barridas ostentaba casi 80 edificios sagrados sólo al interior del coatepantli, el más destacado era el Templo Mayor con sus dos adoratorios hasta arriba: uno para Tláloc y el otro de Huitzilopochtli.
Imaginemos esta urbanización en medio de un lago con forma de conejo en la luna, una ciudad hermana al Norte y en medio de las dos una lagunilla que no debo reseñar porque se terminan los caracteres permitidos para esta colaboración, así que mejor aprovecho para recomendar un libro fundamental para el propósito que nos atañe: La vida cotidiana de los aztecas de Jacques Soustelle. Se consigue en prácticamente cualquier librería bien surtida, ¿qué tal si vamos a la de República de Argentina y Justo Sierra, en pleno Templo Mayor?
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*Jorge Pedro Uribe Llamas estudió Comunicación. Ha trabajado en radio, revistas y televisión. Sus crónicas sobre la Ciudad de México están en jorgepedro.com.
(Jorge Pedro Uribe Llamas)